El otro día tuve la oportunidad de comer con David Alayón. Es curioso, porque hace apenas un año ni siquiera sabía quién era. Piruetas del destino que, cuando parece que te ha llevado directo a una encrucijada, te pone delante una puerta que te cambia la vida.
En mi caso, fue la forma de pensar. Hasta tal punto que hace unos meses, cuando David vino a mi universidad a dar una ponencia sobre Inteligencia Artificial, tan solo yo le conocía. Aún recuerdo su cara de sorpresa cuando habló de Heavy Mental y encontró fraternidad en un chaval curioso que apuntaba en su libreta. Ese era yo, y desde luego no podía faltar la misma libreta el otro día.
Es imposible poder teletransportarte a aquel momento, pero espero que con las siguiente líneas pueda compartirte, al menos, parte de lo que yo aprendí comiendo con David.
Una definición distinta de “liderazgo”
Nunca he querido considerarme alguien “rarito”, siempre he tenido un especial interés en “encajar”. Con el tiempo, sin embargo, he ido madurando y comprendiendo que, a su modo, todos somos unos raritos tratando de encajar. Cada uno con sus peculiaridades. En mi caso, tiendo a pensar en mierdas y hacerme preguntas que a poca gente le suelen interesan. Pero hay ciertos contextos en los que me he dado cuenta de que esas preguntas ayudan a crecer. En los últimos años (a veces de forma natural y otras forzada) me he visto en la responsabilidad de dirigir un equipo. Y cuando esto sucede, mi tendencia a cagarla ha sido elevada.
Ya he dicho otras veces que no soy muy fanático del líder Supermán. Entiendo que el relato venza al dato, y que mole más pensar que Steve Jobs era un líder visionario cojonudo a un tipo que si te encontraba en el ascensor de la oficina, y no respondías como esperaba, pudiera mandarte a tomar por el culo.
Me resulta curiosa esta tendencia actual literaria de convertir las empresas en una especie de parque de atracciones donde vas a disfrutar, a que te traten como a una ninfa y en donde las paredes están llenas de purpurina. Lo llaman “liderazgo humanista”. Aunque creo que, como dice David, el liderazgo es una de esas palabras que junto con “estrategia”, “diseño”, “sostenibilidad” o “innovación”, se ha convertido en un “cajón del sastre”. Han perdido todo el sustrato que las hacían dignas de valor y han acabado metidas en el cajón de la “mierda”.
Pienso que el especial cuidado con el que tienes que decir cada cosa para no herir los sentimientos de una sociedad cada vez más víctima de sus propias ideas, en la mayoría de los casos tan alejadas de la realidad, ha hecho que me etiqueten de manipulador, de persuasivo y de influyente. Y nunca he entendido la diferencia real hasta que David me explicó que la manipulación implica una distorsión de la realidad a nuestro favor para tratar de influenciar las cosas. La persuasión, sin embargo, no tiene una connotación negativa. Influyes, sí, pero sin manipular la realidad.
Creo que a veces cuesta discernir entre la “realidad” y nuestra propia “realidad”, ese relato del que nos hemos convencido que es real, puesto que si no lo es alguna de nuestras creencias más identitarias entran en colapso. Me gustó la definición que me dio David de liderazgo, una figura que trata de aportar claridad, construir sobre las ideas del resto, y ser lo más humilde posible; sabiendo que en la mayoría de los casos no tiene ni puñetera idea, y tratando de actuar con la responsabilidad digna de la legitimidad que el resto, de manera natural, le han otorgado. Una legitimidad que se trabaja durante los años, convirtiéndote en una mejor persona, construyendo una red de personas interesantes, aprendiendo mucho del resto, y con mucha disposición a escuchar. Alguien que no impone, sugiere. Alguien con un conjunto de características, propias del carisma de cada uno, que lo convierten en referente o influyente para el resto de su equipo.
Quizás, y como dice David, todo parta de la confianza. Quizás el líder sea alguien que, de alguna manera, se ha ganado la confianza del resto. Y en mi corta experiencia ya he podido confirmar que la confianza es la base de cualquier equipo (o quizás, mejor dicho, de cualquier “contrato invisible” que lleve anexadas una expectativas).
Una generación fruto de un contexto de incentivos perversos
Algo muy interesante que me dijo David es que “todo es fruto de su contexto”. Escucho mucho decir que las nuevas generaciones somos un desastre, y eso de que “tiempos buenos crean gente débil”…
Pero David me planteó la tesis de que sí, puede que haya una notable falta de actitud o pensamiento crítico, pero no por atributos generacionales, no porque nazcamos más gilipollas, o algo por el estilo. Sino por el contexto. Quizás el de una generación que se ha criado con la inmediatez. Con el gurú de turno diciéndoles que, si piensan que pueden lo suficientemente fuerte, sus deseos se harán realidad; y que si no es así se tomen ciertas pastillas porque están depresivos. Una generación a la que le dicen constantemente cómo debe sentirse, cómo tiene que pensar y de qué se tiene que ofender. Una sociedad global, interconectada, y quizás con más facilidades que nunca para pertenecer a colectivos, aunque como diría otro de mis referentes, «el CI medio del grupo sea negativo». Quizás no es que seamos débiles, es que estamos «agilipollados». Y ahí es donde entran los incentivos.
David me explicó que un “incentivo” es aquello que tú consigues cuando haces algo, y que no tiene por qué ser material. De hecho, muchas veces es subjetivo, de ahí su complejidad. Y el problema de los incentivos es que hacen dos cosas, 1) juegan a la contra para que el sistema cambie o 2) no hay incentivos suficientes para cambiar. Hay cientos de temas que podríamos plantear como problemas de incentivos, quizás el más evidente actualmente sea la política.
Pongamos el ejemplo del emprendimiento, que me toca muy de cerca. David comentaba que detecta mucho el “sesgo del superviviente”, un sesgo cognitivo que tiende a fijarse en los casos de éxito o de fracaso. El planteamiento es que si montas tu empresa y no llegas a nada es porque no lo merecías o porque no lo has intentado lo suficiente. Para nada es cosa del contexto, porque por supuesto en la literatura actual existe la meritocracia y todo es fruto del esfuerzo, la actitud, y las capacidades. ¿Y cómo lo vas a rebatir? Si mira a Elon Musk, o a Steve Jobs. Y me da igual el sector: Milei, Norris, Alcaraz, Messi… Todos conocemos a alguien que lo ha intentado y lo ha conseguido, y por tanto si nosotros lo hemos intentado y no lo hemos conseguido debe ser porque algo hemos hecho mal. De nuevo, esas reducciones simplistas de la realidad que, aunque nos cuesta mucho aceptar, creo que son fruto de nuestra tremenda inmadurez, y que solo podemos empezar a “clarificar” cuando hacemos cosas, vivimos experiencias, nos damos de «hostias» y aprendemos “con la vida”.
Y es que en verdad es realmente jodido aceptar que, hagamos lo que hagamos (por ejemplo en la política), hasta que el sistema no esté “preparado” para cambiar y los “incentivos” se alineen, no conseguiremos gran cosa. Y que, cuando alguien lo consigue, no es porque sea un superhéroe, sino por el contexto, porque se han alineado todos los elementos para que pueda ocurrir. Pero claro esto no haría nada especiales a personajes como Gandhi, o como Milei. Serían simples mundanos, intentándolo como otros muchos, y obteniendo resultados diferentes fruto de infinidad de variables, todas ellas supeditadas por el contexto.
Ser feliz y tener éxito
De ahí que David me dijese que él cree que la meritocracia no existe, y que si la vida fuese una partida de cartas, la tarea principal es ver cómo maximizar la mano (nuestras habilidades). Maximizar es la clave. Según David, podríamos decir que hay un “nivel estratégico” (las cartas), que uno no decide y es fruto del azar y del contexto, pero un nivel mucho más táctico donde uno ha de jugar la mano, y ahí es donde entra la “libertad”. Las cartas nos vienen dadas, pero nosotros somos los encargados de jugarlas. Hay una “libertad de juego, no de mano”.
Y algo que me encantó es que se definió como un “optimista realista”. Conectando con esa tendencia que exponía anteriormente a “pensar en positivo”, soñar muy fuerte que tus deseos se cumplirán no va a cambiar tus cartas. Una cosa es asumir que, y según qué situación, la psicología positiva puede tener cierta utilidad, y otra pensar que haya causalidad. Y ojo, esto no significa que tengamos que ser unos malditos pesimistas. Para estar quejándote de todo constantemente mejor átate a un radiador o tírate por la ventana. Porque como me dijo David: que gran parte de la partida dependa de la suerte no quiere decir que no merezca la pena jugarla. Además, uno siempre puede ir descartándose a lo largo de la partida y acabar con un mazo muy distinto del que empezó.
Preguntar por el éxito y la felicidad es algo que me he propuesto hacer con todos los invitados que tengo la oportunidad de entrevistar en JuegoConSentido. David me dijo que su visión del éxito ha cambiado mucho y que, haciendo retrospectiva, lo que siempre ha mantenido es el “intentar disfrutar de lo que hace”. Hay cosas que son operativas, como el dinero. A partir de ciertos umbrales, el “dejar de preocuparte por el dinero” aumenta la felicidad drásticamente. Pero a partir de ahí, considera que es el disfrute lo que marca la diferencia. Y para él, hay cosas que influyen directamente en el disfrute, como el círculo de personas que has construido, si estás rodeado de gente interesante o no, si es nutritiva, si lo que haces te da o te quita energía, etc. Encuentra el éxito en el equilibrio, y encuentra la felicidad cuanto mayor es su nivel de diversión.
Un consejo a su yo de 25 años…
Como no podía faltar, al igual que hice en aquella comida con Roberto Canales, me gusta mucho preguntar a la gente que admiro “qué consejo le darían a su yo de 25 años”. Y la respuesta de David fue contundente: métete en fregaos, no tengas miedo. Incluso en aquellos en los que digas puf… porque de todo te llevas algo. Me explicó cómo su vida ha sido una especie de intersección entre la curiosidad y el meterse en líos… hacer cosas. Considera importante que no vea las cosas como “silos”, sino como piezas interconectadas de un “todo”, como si fuese un cubo de LEGO. Cada habilidad que aprendes, cada conocimiento que obtienes es como un arbotante que sustenta un castillo cada vez más alto, y más robusto. Con esta actitud, uno va construyendo.
Me destacó la importancia de profundizar en las cosas, de darle un “esfuerzo real”. Coger cierto grado de especialización, puesto que considera que el riesgo actual es el de volverse un generalista. La propuesta de valor está en la hibridación.
Y por último, me explicó la importancia que habían tenido las personas en su vida. El conocer gente, aunque no sea mucha, y construir relaciones genuinas con ellas. Cultivar las relaciones, por mucho que nos cueste a las personas más introvertidas. Y, al ser posible, de ámbitos muy diversos. Porque establecer relaciones genuinas y hacer las cosas bien, en un mundo tan pequeño donde todo el mundo se conoce, puede ser la clave para poder “saltar” de un sitio a otro sin apenas esfuerzo, fruto de la legitimidad construida.
Y quizás de las cosas más importantes que me llevo de la comida: el perder la identidad. “Yo no soy lo que hago. Soy lo que soy y hago un montón de cosas”.