Hablando del futuro, con Roberto Canales

Ayer tuve la oportunidad de comer con Roberto Canales (el padre de un compañero de carrera al que aprecio mucho) y disfrutar de una de esas mágicas charlas en las que claramente eres el más idiota de la sala, pero que te dejan la cabeza bien amueblada para un nuevo mundo lleno de posibilidades por explorar.

Quiero contarte en estas líneas cómo pasar unas horas con Roberto pudo tener tanto impacto en reordenar el caos de mi cabeza, darme claridad, y revelarme unos cuantos aprendizajes que quiero compartir contigo.

Pero, antes de nada, empecemos por el principio.

¿Quién es Roberto Canales?

Creador y propietario de AdictosAlTrabajo.comDirector General de Autentia S.L., profesor asociado en IE Business School, inversor en Start-ups y mentor de emprendedores, Ingeniero Técnico de Telecomunicaciones y Executive MBA por IE Business School 2007… así, para empezar.

Basta que pongas su nombre en internet para quedarte bastante loco del semejante perfil con el que me estaba comiendo un pedazo de solomillo en un conocido restaurante de Torrejón…

Aunque la realidad es que no lo parece.

Es un tío campechano, simpático, humilde y gracioso; que todo lo que tiene se lo ha ganado trabajando, a base de esfuerzo y sacrificio, y con el que puedes mantener una conversación de casi cualquier cosa, desde informática o metodologías ágiles hasta aeromodelismo o tiro al plato (hasta incluso de cómo construir un gallinero. Si no me crees, mira sus redes sociales).

La vía rápida del millonario

¿Qué es lo primero que harías si tuvieses delante a alguien que ha conseguido entender mejor que nadie las reglas del juego, construir alto valor y emprender diversos negocios?

Pues ir al grano y preguntarle: ¿cómo lo has hecho?

Como si fuese algo trivial, nos recomendó (a mi compañero y a mi) leernos su artículo comentando el libro La vía rápida del millonario, que yo me he leído y quiero resumirte un poco de qué se trata:

Imagina que la vida es una carretera. Hay personas que deciden ir por el arcén. ¿Las ventajas? Que no corres grandes riesgos. ¿Desventajas? Que no puedes pasar de 40 por hora.

La gran mayoría, sin embargo, deciden ir por el carril de la derecha: la vía lenta. Yo lo identifico con mis padres y si lo piensas, es para lo que nos han educado: ve al instituto, a la universidad, consigue ascensos, aporta a un plan de pensiones, compra y no vendas, invierte en fondos, diversifica riesgos financieros, compra una casa, invierte en bolsa regularmente, etc. Es útil para llegar a la jubilación, pero no te harás millonario; y mucho menos, joven. Este es sin duda el ambiente en el que yo he crecido. De hecho, por eso mismo empecé Aeroespaciales.

Sin embargo, resulta que hay otra manera, que solo unos pocos tienen coraje de probar, y que pasa por coger la vía rápida: el carril de la izquierda. En este caso, no se trata de un fin, sino de un medio para un plan de vida. La idea es intentar definir qué modelo de vida es el que quieres y lo que cuesta conseguirlo.

Como es fácil deducir, el arcén lleva a la pobreza, la vía lenta a la mediocridad y la vía rápida a la riqueza. Por tanto la cuestión que me ronda ahora la cabeza es:

¿Cuál es mi vía rápida?

¿Qué estilo de vida quiero tener?

¿Y cuánto me va a costar?

Honestamente, siempre he percibido ser sensible a una realidad más compleja de lo que la gente de mi entorno solía entender. Tardé en comprender el porqué, y su relación con la singular arquitectura de un cerebro superdotado, pero esto siempre me había llevado a tratar de encontrar “modelos”, “patrones” o “fórmulas” con las que simplificar y lograr ser algo más pragmático.

Aunque nunca he tenido éxito.

¿Acaso se puede modelizar la realidad? ¿Acaso no es algo dinámico y contextual?

Hay dos frases que me han ayudado mucho últimamente. La primera se la escuché a Javi De Miguel: “la naturaleza del problema determina la naturaleza de la solución”. Y la segunda se la escuché a Roberto: “todos los modelos son incorrectos, pero algunos son útiles”.

Y esta última me hizo replantearme muchas cosas:

¿Estaba siendo realmente pragmático en mi vida?

La respuesta es que no.

Y es algo de lo que pude aprender mucho a lo largo de esa comida: el ser pragmático.

Una vez me dijo: “la vida es un juego, y todos los juegos tienen unas normas. Algunos luchan contra ellas, otros aprenden a jugarlas. Yo juego al juego siguiendo las normas.

Hace poco he estado leyendo a Pablo Malo y su tesis acerca de los peligros de la Moralidad, y me he estado preguntando acerca de los juicios. Solemos crecer determinados por una serie de creencias, y convencidos de que un hombre “de bien” debe tener unos principios claros. Pero desde entonces me pregunto: ¿qué es lo bueno y lo malo? Y, sobre todo: ¿nublarán nuestros juicios la percepción real de las cosas?

Relacionado con el pragmatismo:

¿Y si estoy definiendo mi vida en función de lo que considero bueno o malo? ¿Y si estoy buscando patrones nublado por mis propios juicios? ¿Y si no estoy mirando con claridad?

En otras palabras:

¿Y si estoy juzgando las normas del juego en lugar de aprender a jugar con ellas?

La teoría de Kano y las funciones básicas esperadas

En la vida vas a tener que decidir si quieres tener éxito o quieres llevar razón

Hace poco descubrí que estaba siendo un tipo bastante narsicista. Que mi inseguridad acerca de mis propias habilidades y la falta de visibilidad en mi infancia me habían llevado a construirme una coraza de alguien que debía demostrar siempre lo bueno que era, aunque sin querer hiciese daño a la gente por el camino. Es cierto que siempre digo que tengo una caja (cerebro) llena de herramientas (altas capacidades) que aún no sé utilizar. Pero en esa comida me di cuenta de que no se trata de tener un falso ego, sino de ser consciente que uno puede ser brillante, auto-consciente de sus capacidades, pero que no por eso debe demostrárselo al resto. Al fin y al cabo, que nosotros suframos no significa que haya que ir por la vida haciendo que la gente se sienta constantemente por debajo intelectualmente, ¿no?

Quizás es más que suficiente con saberlo uno mismo.

Para el resto de las cosas, tener éxito es mejor que tener razón. O, como hemos dicho, más pragmático: ¿qué mas da si es mejor o no, con tal de que sea más útil? (claramente, entiéndase el contexto).

Eso es lo que yo he entendido de la teoría de Kano (que Roberto explica en su libro: Conceptos ágiles aplicados a distintas áreas de una empresa). Según he entendido, al igual que de los productos /servicios los usuarios esperan una serie de “funciones básicas imprescindibles”, de nosotros como profesionales también. En mi caso, podrían ser tres: acabar la carrera, hablar inglés “como los pajaritos” y tener una buena base de contactos.

Y, un poco como todo, a mayor calidad mayor probabilidad de éxito. En mi caso, he estudiado Ingeniería Aeroespacial en la Universidad Politécnica de Madrid, y ahora estoy estudiando LEINN (Liderazgo, Emprendimiento e Innovación) en la Universidad de Mondragón, por lo que estaría demostrando tener lo que se conoce como un “T-Shaped Skills” o perfil en forma de T: no solo demostraría tener conocimiento en un campo específico (como lo es el técnico de la ingeniería) sino en uno completamente perpendicular (como lo es el psicológico o experiencial del emprendimiento y la gestión de equipos). Si a esto le sumamos la competencia del inglés y una sólida base de contactos, podría estar construyendo un buen punto de apalancamiento para tener éxito en el futuro.

Lo importante es la dirección, no la velocidad

Siempre he sido un chico muy impaciente. Mi cerebro está constantemente activo, anticipando el futuro y planteándose preguntas. Últimamente estoy viendo mucho a Pablo D’Ors y tratando de aprender a hacer un ejercicio de presencia, de aceptación de las cosas que no puedo controlar y de disolución de las cosas que no puedo resolver. Pero algo a lo que Roberto le dio mucha importancia:

Céntrate en tomar la dirección correcta, aunque vayas muy despacio. Lo importante es la dirección, no la velocidad”.

Llevándolo a mi día a día en LEINN, quizás deba ser esto lo que haga cuando lidere a mi equipo. Quizás no deba “adaptar a la persona al trabajo”, sino “adaptar el trabajo a la persona”. Si profundizas en esto, hay una gran reflexión que guarda una gran relación con todo lo anterior: dejar de cambiar las normas, aceptar lo que hay y jugar con ello.

De ahí que quizás lo importante sea la dirección, no lo rápido que avances. Porque si estás en la dirección correcta, es cuestión de tiempo que llegues a la meta.

Aquella comida aprendí a visualizarlo con una escalera:

¿Cómo podríamos aplicar esto a nuestras vidas?

Pues al parecer, primero debemos hacernos expertos en algo (y creérnoslo). No vale con solo creérselo (porque entonces entramos en efecto Dunning-Kruger) ni con solo hacerlo (porque podemos entrar en síndrome del impostor). En mi caso, un buen punto de partida podría ser encontrar algún sector de moda que tenga una tendencia creciente, como puede ser la ciberseguridad, la IA o el CPS (del que, por los entresijos de mi cabeza, me pica especialmente la curiosidad).

Después debemos conseguir reputación. Es decir, convertirnos en alguien interesante para el resto. Por ejemplo, construir una marca personal y aportar valor en torno a esta disciplina que hemos elegido de expertís.

Y por último debemos apalancarnos. Según Roberto (te dejo un artículo donde habla sobre ello) podemos encontrar tres tipos de apalancamiento: capital, personas o elementos de copia residual cero.

Y, como ves en la imagen, es cuestión de ir subiendo la escalera y no hacer sobre-intenciones. Es decir, focalizarte en el escalón en el que estás y no dedicar demasiada energía al resto hasta que no toque. Tiempo al tiempo.

Personalmente, esto es algo que me cuesta mucho asimilar, porque siempre pienso: ¿Y si es tarde? ¿Y si en ese momento el contexto es diferente?

Aunque, como suelen decir:

Cuando el aprendiza busca, el maestro aparece…

Quizás la clave esté en tener fé y orientarse siempre a la acción. Al fin y al cabo, como todo en la vida: “uno debe esperar lo mejor y prepararse para lo peor”.

Quizás el ser pragmático tenga mucho que ver con plantear una dimensión temporal del problema, no hacer sobre-intenciones y saber que igual no es lo perfecto, pero puede ser suficiente.

Para alguien perfeccionista como yo, este es un buen consejo a mantener presente.

Donde no pierdes nada solo puedes ganar

Algo que me sorprendió mucho de Roberto es su confianza. Y no te estoy hablando de una ligera “esperanza” en que las cosas pasarán, sino en una convicción: él tiene la seguridad de que siempre va a ganar, porque: “donde no pierdes nada solo puedes ganar”.

Esto es algo típico, parece un concepto meridiano en las sociedades actuales con el que crecemos desde pequeños, pero pienso que la dificultad práctica aumenta según se va implicando nuestro ego. Personalmente, cuando nos “tratan como estúpidos” o “intentan timarnos” se vuelve más difícil aplicar esta filosofía de “aportar valor a todo el mundo”. Y lo más importante: bajo cualquier circunstancia, desde el camarero del local hasta el vecino del pueblo. Dejar al ego fuera de la mesa. Porque como hemos visto antes: parece que en la vida tendremos que decidir constantemente entre tener éxito o tener razón.

Yo pienso que no se trata de una estrategia, una especie de plan maestro para enriquecerse; sino una filosofía de vida. Quizás se trate de no juzgar tanto a la gente y tratar bien a todo el mundo. Porque, en el fondo, no sabemos cuándo ni cómo, pero en algún momento ese valor que aportamos nos regresará de vuelta; quizás no para nosotros, pero si para nuestros seres queridos, o incluso para alguna otra persona que no conozcamos todavía…

Y eso siempre merece la pena, ¿no?

Echarle morro a la vida

Quizás como guinda final, no quiero dejar la oportunidad de recalcar el mayor de los aprendizajes que obtuve de aquella comida: que todo lo que haga en la vida debe llevar una dosis elevada de “morro”.

En una de mis conferencias en Costa Rica ya hablé ante más de tres mil personas (que no sé muy bien si hablé o balbuceé, porque estaba cagado jajaja) sobre mis aprendizajes durante la infancia de plantear la vida como un juego, y quizás en aquella comida terminé de recalcarlo: cuando planteas las cosas como un juego tu objetivo deja de ser el resultado final, sino el aprendizaje que obtendrás en el proceso. Cuando te centras más en el reto que supone que en el propio resultado, el aprendizaje está garantizado, y con ello el disfrute.

Al fin y al cabo, es cuestión de estadística… y de exponerse.

Y para finalizar, quiero recalcar una frase de las que más me impactó de toda la comida:

No necesitas que todo sea perfecto para que tu vida sea extremadamente satisfactoria

Más allá del Ego: un monólogo con Pablo D’Ors
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