“Todo está bien, pues todo lo que sucede, y cuanto sucede, es lo mejor de cuanto podría suceder para que seas quien estás llamado a ser.”
Si empezase diciéndote esto sin profundizar ni meter algo de contexto pensarías que me estoy quedando contigo.
O que soy gilipollas, directamente.
Imagina ir a un judío encerrado en un campo de concentración Nazi y decirle: “tranquilo, todo está bien. Esto que te está pasando es lo que tiene que pasar para que seas lo que has venido a ser…”
Es cierto que seríamos poco menos que unos monstruos.
Sin embargo, desde hace tiempo vengo escuchando este tipo de cosas, cada vez con más contundencia. Y, un poco como en todo, cada vez me resulta más complicado discernir la credibilidad de la fuente.
A mis recién cumplidos veinticinco años podrás comprender que no es que sea yo aquí el máster pro de la espiritualidad, pero sí que tengo la suficiente inquietud interior como para cuestionarme la utopía de sentencias como esta.
Cansado de las míticas recomendaciones del “Carpe Diem” y las gilipolleces del estilo que inundan las redes sociales últimamente (donde leerte “Cómo ser un Estoico” te da una especie de carnet vip de masón estoico con derecho legítimo a predicar cual Moisés) de repente me topo con Pablo D’Ors en esta maravillosa conferencia.
He de decir que soy el típico rarito que escucha todos los videos (incluso los podcast de Heavy Mental) al x1.5, y ha sido de las pocas veces que escucho algo y se me bloquea el disco duro (y más aún que a velocidad x1 me parezca rápido).
Por eso mismo me gustaría profundizar en los principales aprendizajes que yo he extraído y que a mi me han resonado al escuchar e este increíble personaje. Y, al final del artículo, daremos respuesta a eso de “todo está bien” y veremos cómo podríamos ponerlo en práctica.
¿Empezamos?
¿Qué es el ego?
Señor Holiday, si está usted leyendo esto, espero que me disculpe. No pretendo hacer una disertación sobre el ego. No sé si quiera si yo mismo termino de entender qué es.
Lo que sí me parece maravilloso es definirlo como “un error de perspectiva”, una “ilusión” que nos lleva a distorsionar la realidad y pensar que el mundo gira en torno a nosotros.
En mis años de estudiante (o al menos en los que llevo hasta el momento) me he encontrado a muchos profesores, “coaches” y mentores que me han tachado de soberbio, de prepotente, de “sabelotodo” (y cualquier otro tipo de sinónimo que se te ocurra destacando mi evidente falta de humildad), al mismo tiempo que me ponían la mano en el hombro afirmando que “si ellos se habían deshecho de su ego, entonces yo también podía”.
No sé si esto es posible. No juzgo si quiera si es verdad que vienen de Krypton y de ahí sus superpoderes.
Pero lo que a mi me parece evidente es que 1) todos tenemos más o menos ego y 2) que no somos los protagonistas absolutos de esta maravillosa historia llamada vida. Que tengamos el foco apuntándonos es un error de perspectiva. Quizás la verdadera estrella sea ella en lugar de nosotros. Al fin y al cabo, la vida no acaba sin nosotros, pero nosotros sí estamos acabados sin ella…
¿Qué es la sabiduría?
Es nuestra manera de “romper el envoltorio”, de atravesar nuestro “territorio sombrío” de heridas, cicatrices y todo aquello con lo que no hemos logrado aún reconciliarnos en nuestro inconsciente. Y, por tanto, «dejar llegar la luz«.
No soy creyente, por eso no me gusta asociar la espiritualidad con misticismo o fe.
Me gusta entender la espiritualidad como una apertura total a la vida. No como algo que se de más allá de nosotros, sino todo lo contrario, una manera de entrar en plena comunión con lo que hay, con lo que es, independientemente de poder o no comprenderlo. De aceptación.
Esto de la aceptación es algo con lo que entro en constante dilema.
Somos humanos. Hemos sido capaces de llevar al hombre a la Luna. ¿Cómo narices vamos a aceptar que algo no es como debería ser? ¿Que es simplemente, así? ¿Eso no sería tirar la toalla?
No tenía respuestas a todas estas preguntas hasta que escuché lo siguiente:
“Algunos problemas son pragmáticos, se pueden resolver. Otros, como la muerte de un ser querido, solo se pueden disolver; afrontar de una manera diferente para que lo que parece una adversidad se convierta en una oportunidad”.
Cada vez me genera más controversia la afirmación de que la “cultura” es algo “bueno”. Lejos de la moralidad (cosa que dejamos en las manos de expertos, como Pablo Malo), me parece evidente que estamos entrando en una nueva era de niveles de ignorancia creciente. Quizás lo que hace siglos era “falta de información” ahora sea “exceso” de ella, y una hiperestimulación que nos prepara para reaccionar ante la información incorrecta.
Siempre he pensado que estamos extremadamente estresados. Nuestra supervivencia natural se ha sustituido por encajar en un sistema que nosotros mismos hemos inventado. Ganar dinero ha pasado a ser nuestra principal prioridad, y con ello “trabajar” el mundo para manipularlo a nuestro favor.
¿No será complejizarnos de forma innecesaria? Pienso muchas veces…
¿Vivirían quizás más felices nuestros ancestros del paleolítico?
La respuesta no la sé, pero lo que sí parece cierto es que la cultura contribuye a distorsionar nuestra realidad.
Pensamos que el mundo se trata de “ciencia” y “técnica”, de “comprender” y “someter” la realidad. Ponerla a nuestro servicio. Y, con ello, nuestra tendencia a resolver las cosas. Hemos entendido que por una parte está “el mundo” y por otra “nosotros”. Sin embargo, en algún punto de ese proceso hemos debido de olvidar que el mundo no es diferente de nosotros: nosotros somos universo. Todos estamos misteriosamente interconectados. Y eso no lo podemos comprender. ¡Y quizás nunca lleguemos a hacerlo!
¿Por qué el fuego quema?
¿Por qué el agua se evapora?
Entendemos algunos sistemas, otros no. Pero en ningún caso sabemos por qué son así y no de otra manera. Y, como decía, el problema de tratar de comprender y resolver es que no todo en la vida se puede comprender o resolver.
La mayoría de las veces (o al menos cuando nos topamos con el meollo del asunto) se trata más de disolver: de aceptar que la realidad es como es. Esto no tiene por qué significar que no haya que trabajar. Seguramente tengas trabajo, y mucho. La cosa está en resistirnos a la tentación de trabajar lo de fuera (exterioridad) para trabajar lo de dentro (interioridad). Colocar lo de dentro para colocar lo de fuera. Trabajar en lo micro para impactar en lo macro…
Quizás resulte que el mundo, como dice Pablo, no esté en primera instancia para ser transformado, sino para ser contemplado y disfrutado. Quizás antes de hacer nada debamos parar a mirar. Y ya veremos después si hay que intervenir o no.
El coraje de no intervenir
Suelo asumir puestos de liderazgo. A veces por competencias. Otras por simple tozudez. Y uno de mis grandes aprendizajes gestionando equipos es que el control es una mera ilusión.
Pensar que controlamos la realidad es una ingenuidad, por no decir una estupidez. La realidad siempre sale por donde menos lo esperamos. La sociedad tiende a enseñarnos que planifiquemos, visualicemos y controlemos absolutamente todo. Hace poco leí una frase brutal en un libro:
“El caos puede estremecerte pero el control puede matarte”
De nuevo, quizás partamos de las premisas erróneas. Quizás se trate de educarnos en la realidad, en que la vida cambia permanentemente, y que lo mas sensato que podemos hacer es no estar en contra. Luchar a favor de la vida, y no en contra.
Y, en esa gestión del “caos”, surge la no intervención.
En el fondo, intervenir implica tratar de modificar, lo que conlleva que consideras que las cosas no están como deberían. Es decir, que la realidad está equivocada.
Desde luego lleva a reflexión el cuestionar si el mundo es realmente neutro o adverso. Quizás sea solo propenso, igual que el ojo es propenso a la mano y la mano al pie. Porque forman parte de un organismo. Un sistema.
¿Y si el universo es como un organismo? ¿Y si nosotros formamos parte de ese organismo?
Un organismo busca siempre lo mejor para si mismo.
¿Y si, por tanto, el mundo nunca es contrario? ¿Y si todo se conjura para que nosotros seamos lo que tenemos que ser? ¿Y si, sencillamente, todo está bien?
Todo está bien. Este es el inicio, no el final.
Llegados a este punto, ya estamos preparados para cerrar la espiral.
“Todo está bien, pues todo lo que sucede, y cuanto sucede, es lo mejor de cuanto podría suceder para que seas quien estás llamado a ser.”
Decir “todo está bien” no significa sancionar lo que hay, sino apuntar a que solo desde lo que hay podemos llegar a lo que debería haber. El punto actual es el único punto de partida sensato para llegar a la plenitud. O dicho de otro modo: lo que hay es lo único que podemos trabajar. Lo demás es no aceptar la realidad, y por tanto sufrirla.
Ahora bien, que este sea el punto de partida no significa que también sea el punto de llegada. No hay que sancionar esto que hay, hay que aceptarlo para poder empezar a trabajar.
Y por eso el mayor de los trabajos es el interior.
Aunque, como en todo, solemos aprender a base de hostias.
En mi propia experiencia he descubierto que solo damos el paso cuando estamos hartos. Como una especie de aburrimiento, de mirarte al espejo y decir «Iván, tío, ya. Hoy ya no me apetece seguir con esto. Probemos otra cosa». Es esa especie de aburrimiento, de estar harto de ti mismo, de estar cansado de darte cabezazos como un subnormal contra la pared. Llega un día que descubres que no quieres más chichones, que no tiene sentido.
Yo, con veinticinco años, no es que tenga muchos chichones… ¡me queda toda una vida de hostias por delante!
No sé si todo esto funciona, o si no. Si Pablo D’Ors es otro superhéroe, o no.
Lo que tengo claro es que escucharle me abre la mente.
No sé si tengo desarrollo personal, o no. Lo que sé es que lo intento. Y que albergo la esperanza de, algún día, tener la mente tan abierta como él.