Inside-Out: mucho más que una simple película de dibujos

He de admitir que tenía mis prejuicios a la hora de ver esta película.

En un mundo donde Dunning y Kruger posiblemente retirarían la licencia a la mitad de los que dicen ser psicólogos, y en donde la tendencia es descafeinar los temas sesudos para sustentar el negocio de turno, temía que la gestión emocional se tratase con poco rigor. Y más que convertirse en una de esas películas que podría poner a mis primos de ocho años para que deje de atrofiárseles el cerebro, y de paso pudiesen desarrollar su carácter, se tornase en una de esas bazofias politizadas que sigue la agenda de turno.

Para mi sorpresa (y como de costumbre) prejuicios completamente alejados de la realidad. He visto ambas películas: Inside Out y su secuela, Inside Out 2. Y estos son los aprendizajes que voy a compartir con mis primos en cuanto las veamos juntos:

Atento: alerta spoiler. Si aún no has visto ambas películas, te recomiendo calzarte unas palomitas y después volver a este post.

El mito de la felicidad

No son pocas las películas que te invitan a perseguir la felicidad, y como es de esperar no son pocas las que (a mi juicio) fracasan en el intento. Podríamos hacer un post entero sobre «qué es realmente la felicidad», y posiblemente tan solo perdiésemos el tiempo. Cada persona tendrá su propia definición de felicidad, quizás incluso la que mejor despliegue su metaconcepción del mundo.

Pero lo que me ha sorprendido gratamente es que una película de dibujos sea capaz de explicar, de manera tan concisa y visual, el entramado complejo de emociones que experimentamos, donde cada una cumple su función, y donde la tristeza asume un papel fundamental en la gestión de todas esas situaciones de la vida con las que entramos en conflicto, que nos estrujan como plastilina y nos resistimos a aceptar. Sin la tristeza, no seríamos capaces de gestionar el cambio, de lidiar con nuestro conflicto contante de mantener las cosas en nuestro esquema de certidumbre perpetua. Sin la tristeza no podríamos soltar, que es el paso imprescindible para trascender. El final de la película muestra cómo uno de los recuerdos esenciales (así es como llaman los guionistas a esos momentos de nuestra vida que quedan grabados en nuestro cerebro para conformar nuestra personalidad), que Riley recuerda como feliz, en realidad venía precedido de un momento de profunda tristeza. Solo el momento de tristeza que Riley experimenta (y comparte) permite soltar el dolor (que en la mayoría de los casos resulta ser una frustración mal gestionada) y buscar nuevas formas de enfrentar (o enfocar) el problema: sus amigas acuden a consolarla, la alzan en brazos, y la alegría puede ocupar el hueco liberado por la tristeza.

La película desafía este dogma de la felicidad como estado óptimo y permanente al que debemos aspirar mostrando cómo la alegría, cuando se convierte en un tirano emocional, es incapaz de lidiar con los retos reales de la vida. Nos enseña que no se trata de un juego de sumas y restas emocionales, sino de un proceso dinámico y en constante evolución, donde la tristeza se convierte en componente esencial para trascender las dificultades.

Claro que esto choca profundamente con 1) el discurso de la psicología positiva de que todo es perfecto y maravilloso, de que tu actitud funda tu destino, y que si sufres es por propia voluntad (y que, claro está, gana mucho dinero llenando salas enteras de adeptos porque dime tú quién pelotas no quiere levantarse por la mañana y vivir con la ilusión de que su día será inmejorable si piensa lo suficiente en positivo…) y 2) con el mito del individualismo y de que debemos lidiar con nuestras mierdas en soledad. Que es precisamente lo que da entrada al siguiente punto.

Somos criaturas sociales

Quiero que observes atentamente esta secuencia. Riley, cansada de lidiar durante días con la frustración de haberse mudado a un sitio desconocido que plantea nuevos retos a su estilo de vida, decide fugarse y coger un autobús de vuelta a su antigua ciudad. En el transcurso, se da cuenta de que está cometiendo una estupidez, y regresa a casa arrepentida. Fíjate en la escena porque es absolutamente fascinante:

Fragmento final de Inside Out | Disney Pixar, 2015

La escena comienza con Riley entrando en casa y con sus padres preocupados recriminando su comportamiento. Tristeza está bloqueada, porque lleva toda la película pensando que «todo lo que toca lo fastidia». Entonces Alegría le entrega todos los recuerdos esenciales (recordemos, aquellos que forman parte de la construcción de la personalidad de Riley), que hasta la fecha brillaban cálidos como símbolo de la felicidad, y en cuanto los toca se enfrían como el hielo. Cuando Riley comienza a recordar estos momentos le invade una profunda nostalgia (exceso de pasado) y justo entonces rompe a llorar: «sé que esperáis que sea feliz, pero hecho de menos Minnesota, mis antiguas amigas, y mi equipo de hockey… quiero volver a casa». Y de repente la escena visualiza un fenómeno apasionante: externalizar su tristeza la ha convertido en alguien vulnerable, algo que (considero) conecta profundamente con nuestra esencia humana. Mostrarse como un ser «de carne y hueso», que lidia con un dolor que le constriñe, transforma el enfado de sus padres en compasión, que genera la comprensión necesaria para conectar con su hija y, a modo de espejo, reflejar sus propias vulnerabilidades: «cariño, nosotros también echamos de menos Minnesota, el campo donde jugabas y el lago donde aprendiste a esquiar…» Y entonces se funden en un abrazo, porque proceden a compartir su dolor, entre iguales…

Y aquí el momento que me ganó por completo: Alegría y Tristeza se fusionan, y Riley suspira. Es un suspiro de alivio. Es el momento en el que puede «dejar ir» su dolor. Suelta, y por tanto deja hueco para un nuevo enfoque. Música esperanzadora, un nuevo recuerdo esencial complejo, que capta los matices de una realidad dinámica. Una nueva isla de la familia, más grande, colorida y robusta que antes. Y es aquí cuando Riley puede trascender y comenzar de nuevo el ciclo, con nuevas miras y un nuevo enfoque de esperanza.

Aunque parece aleatorio, hay mucha sabiduría detrás de esta escena. Parafraseando a Pablo D’Ors, lo que Riley ha hecho es soltar sus expectativas (las proyecciones que tenía sobre como deberían ser las cosas que la estaban comprimiendo) para abrazar la esperanza (la ilusión de que las cosas volverán a sernos favorables). Y eso solo puede ocurrir cuando uno se ha peleado lo suficiente con lo que le frustra y está preparado para dejarlo ir. Sobre cómo gestionar estos duelos he leído distinta literatura, pero nada como las cicatrices que nos dejan las experiencias difíciles y el tomar consciencia de que, igual, debemos tomarnos las cosas menos en serio. Pienso que a veces se confunde a los estoicos con personas asentimentales. Nada más lejos de la realidad. No hay que confundir el «no sentir» con el aplicar un filtro paso alto y paso bajo como en electrónica para mantener las emociones a raya. A estas técnicas las llamamos gestión emocional y ojalá nos enseñasen más de esto en el colegio.

Y me parece importante resaltar de nuevo el mito de la autosuficiencia emocional: la escena del suspiro muestra como somos criaturas sociales, no solo en la superficie, sino en la médula de nuestra existencia. La experiencia compartida de las emociones, especialmente de aquellas que nos hacen vulnerables (como la tristeza) es lo que nos permite superar los momentos de duelo y pérdida. Creo que es muy acertado plantear que el camino hacia la superación personal no es un viaje solitario, sino un proceso que se nutre de la comprensión y el apoyo mutuo, especialmente del sentirnos arropados por el grupo en el que nos sentimos representados. La ironía es que en una sociedad obsesionada con la imagen y la competencia, puede que hayamos olvidado que la verdadera fortaleza radica en la capacidad de mostrarnos vulnerables y, desde ahí, construir relaciones genuinas.

Nos identificamos en el grupo

Adentrándonos ya en la secuela, Inside Out 2 presenta un retrato agudo de la adolescencia, un periodo que en muchos análisis se tiende a reduce a un simple cambio hormonal. Pero mi sensación es que, acertadamente, la película lo trata más como una adaptación biológica al nuevo entorno del adulto responsable que debe construirse un carácter para hacer frente a la incertidumbre de un mundo complejo. Esa falta de linealidad propia de la burbuja protectora en la que crecemos de niños provoca un mar de dudas y estímulos donde forjamos las primeras identidades, esas que nos definen en relación con el grupo. Pienso que la adolescencia no es solo un periodo de cambios físicos y emocionales, sino una etapa crucial donde se adquieren las herramientas necesarias para navegar en un mundo que exige cada vez más adaptabilidad y resiliencia.

Pero, claro está, no es un proceso fácil, porque consiste en cuestionar cada una de las creencias y modelos mentales que nos hemos construido desde niños. Y a mi me parece fascinante, porque he aprendido a base de leñazos que uno no es, se identifica en el otro. Es decir, que necesitamos explorar y conocer nuevas formas de ser y hacer para comprender que, quizás, nosotros nos identificamos más con ese nuevo modelo. Es una etapa de referencias, de modelos a seguir. Es una etapa de hacer amistades y pertenecer a grupos, porque solo en ellos nos reflejamos (como espejos) y logramos construir nuestra personalidad. Es una etapa de explorar y abrir horizontes, y por ello considero crucial crear un entorno estimulante, de exploración, y de fomentar las caídas, para aprender a levantarse de nuevo. Porque como enseña la película, este proceso, cargado de miedos y ansiedades, no es otra cosa que el preludio a la construcción de una identidad sólida, una que se forja en la interacción y en la confrontación con los otros.

Y mención especial a esta escena:

Inside Out 2 | Disney Pixar, 2024

Riley ha dejado de lado a sus amigas, llevada por una presión autoimpuesta de encajar y destacar entre sus referentes mayores del equipo de hockey. Arrastrada por la presión de no ser suficiente, atropella a su mejor amiga, la expulsan y sufre un ataque de ansiedad. Ansiedad, el personaje que en esta película asume el rol de preparar a Riley para el futuro, la ha sobrecargado con proyecciones de todo lo que podía salir mal, y ha identificado la personalidad de Riley con el no soy suficiente. El tornado representa el caos, el ataque de ansiedad que Riley está sufriendo, por lo que Alegría trata de revertir la situación cambiando el arbol de la personalidad de Riley por aquél que tenía al inicio de la película, antes de aparecer las emociones como la Ansiedad. Y es entonces donde interiorizamos el aprendizaje máximo de esta segunda película: «we can not to choose who Riley is». Solo cuando todas las emociones abrazan la personalidad de Riley, llena de complejidades y dicotomías, es cuando puede suspirar de nuevo, símbolo del soltar, de trascender y de afrontar la situación con una nueva esperanza. Y es justo en ese momento donde Riley reclama consciente y voluntariamente a Alegría, símbolo de que ahora es ella la que debe empezar a controlar sus emociones, y no al revés, como cuando era niña.

Y es que a veces se nos olvida que la verdadera conexión surge cuando somos capaces de mostrarnos tal como somos, con nuestras imperfecciones y temores, con nuestras luces y nuestras sombras. Y como he disertado antes, pienso que es esta vulnerabilidad, lejos de ser una debilidad, la base sobre la que nos dejamos inundar por la profunda humildad del que, a los pies del caballo, desconoce el camino; del que cuestiona su fuerza para llegar al destino. Y solo desde ahí se puede construir. Porque solo a través de la humildad podemos soltar las expectativas y agradecer lo que se es como parte de lo que se será. Y como muestra la escena original de la película, es ahí cuando soltamos la ansiedad (expectativas frustradas) y dejamos hueco para afrontar el momento con un nuevo enfoque: el de la esperanza. Es ahí cuando nos vuelve a invadir la alegría: la alegría del que se ilusiona porque vuelve a intentarlo con un nuevo enfoque, con una nueva esperanza.

Y al igual que la primera película gira entorno al papel de la tristeza en nuestro desarrollo emocional, esta segunda se centra en el manejo del estrés (exceso de futuro), que se presenta, no como un objetivo a alcanzar a través de técnicas superficiales, sino como un proceso de aceptación radical de lo que somos en el presente. Y me parece fascinante cómo nos enseña que no hay atajos aquí: la aceptación no es resignación, sino el reconocimiento de nuestras vulnerabilidades como parte del camino hacia lo que aspiramos ser. Porque solo desde ahí podemos trascender la ansiedad que surge cuando nuestras expectativas no se alinean con la realidad. Es en esta aceptación donde encontramos la paz necesaria para seguir adelante, para respirar y sonreír.

Y es que la adolescencia nos enfrenta a una vida que no es tan simple como creíamos, y esta experiencia puede volverse aterradora. La búsqueda de identidad se convierte en una necesidad vital, y con ella, surge el miedo a no ser aceptados, a no encajar. Pero esa escena abrazando el dicotómico árbol de la personalidad de Riley me parece un recordatorio de que la madurez no es un destino, sino un camino en el que continuamente debemos adaptarnos, cuestionar y evolucionar.

Pienso que en un mundo que valora tanto la individualidad, tendemos a olvidar que nuestra identidad se forma y se refina en relación con los demás. La película ilustra cómo los conflictos y las interacciones con los demás sirven como espejos que nos revelan nuestras propias debilidades y errores. Solo a través de este proceso de confrontación y arrepentimiento podemos alcanzar un mayor autoconocimiento y, en última instancia, un crecimiento personal.

En resumen: una grata sorpresa

Y es que la película ha cumplido con creces mis expectativas de no mostrar solo un relato sobre emociones, sino una exploración profunda de la condición humana y de los procesos complejos que nos conforman. Nos invita a abandonar las soluciones simplistas de blanco o negro (algo que, por cierto, a personas como yo nos cuesta una barbaridad…), a dejar de entender la felicidad como un objetivo de purgado emocional, sino holísticamente, sometida a la complejidad de la vida, del disfrute procedente de una profunda comunión con nuestra incompetencia «surfeando la ola»; pero que aún así merece la pena «surfear». Nos ayuda a abrazar la complejidad con la misma naturalidad con la que aceptamos que, en la vida, quizás nada es estático, todo es más bien una especie de caldo de sopa en constante cocción…

Depende de nosotros controlar el fuego para darle un mejor sabor.

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