La mediocridad y el éxito: reflexiones con José Luis Vallejo

Si hay algo que he aprendido a base de cicatrices en mis últimos años como estudiante es que los reduccionismos simplistas suelen ser síntoma de ignorancia.

En mi experiencia, nada ha resultado ser tan simple. Lo cual no significa que no tratemos de simplificar las cosas, sino que entendamos que esto es nuestra herramienta para comprender la realidad, no la realidad en sí misma.

Como alumno superdotado en un sistema que centrifuga el talento, me he visto constantemente rodeado de profesores que han apelado a mi “mente compleja” o a mi “incesante tendencia a complejizar las cosas”. Y siempre he respondido lo mismo, tratando de imprimir mi máxima humildad: “lo siento, de verdad que no es mi intención. Simplemente lo veo. Lo que no logro entender es cómo usted no lo ve…”

Me ha costado (y me sigue costando) mucho esfuerzo entender que el anómalo soy yo, y que el que debe hacer el esfuerzo por encajar soy yo. Y desde aquella comida con Roberto Canales, cada día de mi vida intento aplicar sus palabras: “en la vida tendrás que elegir constantemente entre tener éxito o llevar la razón”.

Ya he dicho otras veces que actualmente estoy en mi año final de LEINN, un grado universitario disruptivo y finlandés en el que nos pasamos cuatro años tratando de montar un equipo de alto rendimiento con los perfiles totalmente random que nos son asignados al inicio.

Tu no eliges a tus compañeros. Tú no eliges sus competencias.

Y, sin embargo, tienes poco más de 3 años para convertiros en un equipo de alto rendimiento capaz de facturar más de 150.000€ con proyectos reales en el mercado real.

Yo lo llamo: “El gran Hermano de los Negocios”.

Así que podrás comprender la de veces que han salido palabras como “mediocridad”, “exigencia”, “gestión del talento” o “meritocracia” en estos últimos años.

Y, como de costumbre, la cosa (o al menos para mi) no resulta tan simple.

Así que llevado por mi curiosidad (y quizás por mi locura) di con un Jose Luis Vallejo, fundador de Sngular (además de un tío brillante), y me quedé fascinado con su enfoque.

No solo merece la pena escucharlo porque sea el fundador de una empresa española que cotiza en bolsa, con más de 1000 trabajadores y representación internacional, sino porque sus palabras parecen encerrar la sabiduría de quien ha tenido que pelearse con el barro. No como las de un “fucking mileurista con panza”.

Estas son mis reflexiones:

Todos somos unos mediocres

Hace tiempo conversaba con alguien a quien considero un faro en la tormenta. Él me comentaba que todos éramos unos mediocres. A lo que yo le respondí: “¿y, entonces, qué diferencia a alguien bueno de alguien malo?”

“¿Y a quién le importa? ¿Qué más da?”

Esa fue su respuesta.

Dicho así parece una respuesta incluso aleatoria. Pero no lo era. Él intentaba enseñarme algo mucho más profundo: ¿hasta qué punto me estaba preocupando de la imagen que los demás percibían de mi al considerarme parte de un equipo que no respondía al nivel que se esperaba de nosotros?

Mediocridad, del latín “mediocris”, significa “en el medio de la altura”. Es decir, en la media normal. Sin destacar, ni por encima ni por debajo. Otra cosa es que con el tiempo le hayamos dado al término una connotación más negativa, destacando un rendimiento que es solo promedio, sin inspiración o distinción.

Para Vallejo, “todos tenemos una abuela que nos ha dicho: tú, Iván, con lo listo que eres para unas cosas y lo tonto que eres para otras…” Y me parece una bonita forma de decir que quizás solamos tener una referencia equivocada de lo bueno que somos frente a los demás.

Como ya expuso el majete de Gauss allá por el siglo XVIII, muchas cosas en la vida tienden a seguir una distribución normal, donde más del 95% de nosotros nos encontramos muy apiladitos en más o menos el mismo sitio. Quizás solo un 5% esté por encima de la media, y sin embargo el 95% de nosotros solemos pensar que nos encontramos por encima de la media cuando nos preguntan.

Quizás yo me estaba considerando por encima de la media cuando juzgaba el rendimiento de mi equipo. Quizás no estemos tan separados los unos de nosotros, en el fondo.

Y esta reflexión me parece muy interesante porque con ello llegas a dos enfoques distintos con los que afrontar la vida:

  1. Soy mejor que los demás, y por tanto voy todo el tiempo intentando demostrarlo.
  2. Intento pensar que normalmente estaré por debajo de la media, y que por tanto tengo mucho que aprender de los demás. Esto seguramente me haga humilde, y me ponga en la disposición de aprender.

Quizás de ahora en adelante, cuando vea a alguien muy malo en algo, deba dejar de pensar “menudo puto vago” o “no está lo suficiente comprometido” para empezar a pensar “ostras, si es tan malo en esto es porque debe de ser muy bueno en otra cosa. Seguro que si saco su tema podría aprender mucho de él”. Me gusta esta filosofía de pensar que quizás todos somos mediocres en el 90% de las cosas y solo estadísticamente medios en el otro 10%.

La gestión del talento

Si eres como yo, seguramente tras leer esto te hagas la siguiente pregunta: “esto está muy bien, es una gran filosofía pero… ¿cómo encaja esto en un equipo? ¿No se queda en algo utópico?

Ya he dicho alguna vez que para mí (al menos por ahora) el liderazgo es algo distinto a lo que nos tienen acostumbrado en los manuales de la universidad.

Para mí, ese concepto de líder kriptoniano con superpoderes, capaz de motivar a absolutamente cualquier persona en absolutamente cualquier contexto para dar lo mejor posible de todos sus miembros en absoluta armonía, queda muy bien frente al papel, pero he sido incapaz de ejecutarlo.

No me considero un mal líder. Tampoco uno estupendo. Mis compañeros dicen que he evolucionado mucho en este aspecto, pasando de buscar un reconocimiento casi paternalista a darme la mayor de las hostias de humildad. De pensar que tenía mucho que enseñar a darme cuenta de que nadie puede enseñar nada. Uno solo puede aprender. Si quiere.

He aprendido que cualquiera puede ser un líder. No cualquiera un buen líder. Tengo carisma, soy muy trabajador y trato de ser sensato y coherente. Ayudo a todo el mundo en todo lo que me es posible, y soy inteligente. A menudo, juntar estas variables desemboca en una auctoritas, una capacidad de influencia en el resto que les ayuda a desapegarse de paradigmas y afrontar unos nuevos con cierta confianza. Pero para nada soy bueno haciendo esto con todo el mundo.

Como dice Vallejo: “soy incapaz de motivar o gestionar a un grupo de personas que no tengan inquietud, o una cierta ambición intelectual o formación en los temas que yo controlo

Y es que me siento totalmente identificado. No sé si esto es ser un buen líder o no. Solo sé que a mi lo que realmente me gusta es ser parte del equipo, ser uno más, dar espacio a la gente y animarnos unos a otros, porque esa es mi manera de entender y cuidar a la gente. Pero solo disfruto de esto cuando me siento parte de ello, cuando comparto los mismos intereses, cuando estamos alineados. Sino, me vuelvo alguien muy torpe, casi hasta ineficiente. Soy incapaz de aportar en diálogos donde nada tiene sentido para mi. Y no por ego, sino por simple incompetencia. Mi cerebro se bloquea. En esos momentos, soy mejor abrazando el silencio.

Honestamente, me he dado cuenta de que no soy bueno siendo paternalista condescendiente con gente que no creo que encaje en el equipo. Y eso en LEINN es algo muy delicado, porque el sentido empresarial se mezcla con la dimensión académica. Los conflictos aparecen, los incentivos se difuminan y aceptar la realidad es casi lo más sensato que queda por hacer. Me pregunto: ¿seré capaz de encontrar un sitio en el que encaje cuando salga de aquí? No sé la respuesta. Lo que sí sé es que nunca dejaré de aprender, y de intentarlo.

¿Y el que quiere ser un mediocre?

Este es uno de los puntos de mayor choque con las personas que me rodean. Me cuesta mucho entender cómo alguien no puede tener una inquietud personal, una ambición de superación, de búsqueda de la excelencia.

Una vez escuché hablar a Toni Nadal sobre las expectativas. Comentaba que Rafa Nadal siempre había sido un tío corriente, sin un talento excepcional. Pero que se esforzaba como nadie. Porque salía a ganar. Y comentaba algo muy interesante: que para un deportista de alto nivel, la vida sin ilusión no tiene sentido. A mi me pasa exactamente lo mismo. No contemplo una vida sin metas, sin objetivos de superación. Durante muchos años he ido (y sigo yendo) con las expectativas de cumplirlos, y eso en muchas ocasiones me ha hecho (y me sigue haciendo) sufrir. Por eso cada vez pongo más esfuerzo en sustituir las expectativas por esperanza: ilusión de que las cosas pasarán, no de que pasen como yo quiero que pasen.

Vallejo habla de “perfeccionismo y amor propio: me veo siempre por debajo, y eso hace que quiera crecer”.

Según mi experiencia, cuando mejor estoy yo, mejor versión de mi puedo dar al resto. Y quizás esto sea algo imprescindible en alguien que lidera un equipo.

De nuevo, aquí podemos valorar la importancia para nosotros de la validación externa vs la validación interna. Siempre he estado acostumbrado a ser el más listo de la sala. De alguna manera (y quizás intensificado por pequeñas astillas del pasado) siempre he deseado ser visto, valorado por el resto. En una parte por ego, en otra quizás por falta de amor propio. No lo tengo claro. Pero desde luego esto me ha ayudado a querer ser una mejor versión que el día anterior.

Ya he dicho otras veces que no termino de entender qué es el Ego, y ni siquiera sé si podré llegar a comprenderlo del todo. Noto una tendencia desmedida a hablar de “liderazgo”, de “ego vs eco” y chorradas del estilo que yo, al menos, no termino de entender, y pienso que complejizan conceptos de forma innecesaria. Desde mi enfoque, no veo un problema en sí mismo de hacer esto: de querer diferenciarte, de querer hacer las cosas a tu manera, de que se distinga tu identidad de la del resto. Querer dejar tu toque, ser diferente…

No creo que el ego en si mismo sea “bueno” o “malo” porque lo “bueno” y lo “malo” son en sí mismo un juicio humano. El problema creo que aparece cuando quieres hacer esto poniéndote por encima del resto. Pensar que solo puedes destacar tú si hundes un poco al que tienes al lado.

Soy consciente de que este he sido yo en algún momento de mi vida. Es muy posible que mi narciso haya salido a pasear varias veces y haya tratado de hacer ver al resto que estaban equivocados, aunque eso solo me generase una falsa sensación de satisfacción. Y me arrepiento de ello.

Nunca había comprendido eso de “ser cabeza de ratón o cola de león” hasta que me encontré con gente mucho mejor que yo. Ese día abrí un poco más los ojos. Y desde entonces trato de ponerme en todas las situaciones posibles donde pueda mandar a paseo a mi narciso y descubrir que era un poco más gilipollas de lo que creía. Que mis pedos no huelen a lavanda.

Dese entonces, trato de verme como un bloque de plastilina. Sin una forma fija, totalmente moldeable. Dispuesto a aprender de todo y ante todo. Aunque es cierto que la curiosidad la traigo de casa. Y sustituir la satisfacción de “ser visto” por la satisfacción de intentar hacer y superar cosas difíciles, tener objetivos interesantes. Porque el juicio de los demás es solo eso: un juicio. Y dinámico. Hagas lo que hagas, a los demás igual les compensa con tal de que generes resultados en ellos, pero a uno mismo no lo creo. Y si no que le pregunten a Steve Jobs…

Quizás haya que tomarse la vida un poco menos en serio, sin las expectativas de que las cosa sucedan pero con la esperanza de que lo harán. Entendiendo que el 50% de todo lo que te suceda es puro azar, y que del otro 50% quizás el 80% sea momentum. Pero esto no significa que haya que tumbarse a la bartola y perder la ilusión, sino todo lo contrario: maximizar nuestras posibilidades dentro de nuestro margen de actuación, con la esperanza de que la suerte jugará a nuestro favor. Estar preparados para coger el tren. Cuando pase. ¡Si es que pasa! Y si no, da igual. Porque tú lo habrás intentado, y esa satisfacción personal es lo que cuenta.

¿Se puede ser exitoso siendo un mediocre?

Pablo D’Ors habla constantemente de la “hipnosis de la cultura”, y yo continuamente me pregunto si no estaremos empezando a perdernos tanto en nuestra propia distorsión, que estemos olvidando el sentido último de nuestra existencia. Si no estaremos tan hipnotizados por alcanzar el “éxito” que nos estemos hormonando con dosis exageradas de frustración intentando no sucumbir ante la presión de escalar en un constructo que nosotros mismos nos hemos inventado.

¿La fórmula del éxito? Parece que todo el mundo quiere encontrarla. Y yo he sido el primero que, como adolescente sodomizado por las RRSS y la oleada masivas de gurús, he tendido a buscarla.

Por eso sensateces como las de Vallejo me aterrizan mucho a tierra, y me recuerdan un día más que “la única fórmula de su éxito es haber esquivado los 100.000 motivos de fracaso que se ha ido encontrando por el camino”. Ni levantarse a las 5 am. ni hacerse 40 burpees al día. “No existe fórmula del éxito, ni te puedo aconsejar nada porque cada contexto es distinto. ¿Cómo narices voy a saber yo una clave para el éxito?”

Quizás se trate simplemente de esto. Sin muchas más vueltas.

Quizás tengamos que empezar a dejar de hablar tanto de “ego”, de “DISC” o de “inteligencia emocional”. No digo que no sean importantes, pero quizás no siempre sean la solución al problema. Quizás a veces le imprimamos energía de más al sistema. Quizás, como menciona Vallejo, simplemente haya que empeñarse en intentarlo: “cuestión de perspectiva para encontrar la energía que alimenta a que la gente se deje los cuernos y duerma poco por conseguir cosas que para ellos son importantes”.

Vallejo dice que hay dos tipos de personas: las que son felices por lo que tienen (o no tienen) y las que son felices porque se ponen objetivos o incentivos por conseguir. “No creo que haya un valor absoluto que te haga ser feliz o infeliz, y sin embargo en la derivada primera de que estás un poquito mejor que hace un tiempo, se produce un incentivo”.

Me parece brillante este enfoque, porque por fin me veo reflejado en alguien: yo tampoco soy de tener, sino de conseguir.

No sé si este es el camino. No sé si quiera si me servirá para llegar a “buen puerto”. Lo único que sé es que me siento vivo en el proceso. Y que el día que deje de ponerme incentivos, estaré literalmente muerto. Al igual que el día en el que deje de hacerme preguntas, porque entonces significará que creo saber todas las respuestas.

Lean Startup, recetas mágicas y cómo validar un proyecto emprendedor
Una comida con David Alayón
Hablando del futuro, con Roberto Canales
Estoy utilizando cookies para brindarte la mejor experiencia en mi sitio web.    Y BlaBlaBla...
Privacidad