The King’s Speech: la razón por la que no necesitas un psicólogo

Conozco a gente a la que guardo gran aprecio que está estudiando psicología. Admiro la profesión. Y admiro a la gente que dedica sus vidas a servir a las de otros. No quiero, con este título, ser malinterpretado, ni sonar pedante. No pongo en juicio que haya personas que realmente lo necesiten. Sí pretendo cuestionar, sin embargo, que otras tantas realmente lo necesiten.  

Con una pequeña búsqueda en internet descubres que en los últimos años se han casi duplicado (47%) los casos de depresión en menores. El uso de antidepresivos se ha disparado en un 60% entre los jóvenes de 18-25 años. Y los suicidios se han disparado en un 25% en los últimos 20 años.  

Me resulta curioso que esto mismo suceda en el mejor momento de la historia para vivir. Donde los índices de pobreza están en mínimos históricos, cayendo un 90% en los últimos 200 años, y el índice de calidad de vida se encuentra en máximos históricos. Donde, y con el tacto correspondiente del que se considera un auténtico afortunado, resulta fuera de la norma encontrar una familia que no tenga, al menos, una cama caliente donde dormir y algo en el plato para cenar.  

Y sin embargo, me resulta igual de difícil encontrarme a alguien por la calle que me mire a los ojos y me sonría. Sin mediar palabra. Sin pedir nada a cambio. Sin llevar el móvil en la mano. Sin suspirar en cada paso. A veces pienso que vivimos en un mundo tan conectado que nos hemos acabado desconectando

Entras a cualquier librería y las secciones de autoayuda cada vez ocupan más espacio. Como si entre tanta búsqueda nos hubiéramos acabado perdiendo

Y entre todo este contexto me encuentro una película titulada The King’s Speech que, lejos de inspeccionar su fidelidad histórica, me voy a limitar a recoger un par de escenas que, a mi juicio, merece la pena comentar. Porque las voy a usar como punto de partida para sostener el mensaje que quiero plantear. 

Cuando consigues ser visto

Para ponernos en contexto, la película cuenta la historia de Albert, Duque de York, hijo del Rey Jorge V de Inglaterra (1910-1936), que sufre un problema de tartamudez que, potencialmente, le impide dar discursos en público.  

Por aquel entonces cobró relevancia la invención de la radio, que transformó la mera presencia simbólica de los reyes de la época en figuras que podían entrar en los hogares de la gente para contagiar inspiración y unidad. Circunstancias familiares conducen a Albert a convertirse en el Rey Jorge VI de Inglaterra en el año 1937. A las vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Malos tiempos para ser tartamudo.  

Así que a lo largo de la película acompañamos a Albert en su propio proceso terapéutico de la tartamudez, junto a su logopeda Lionel Logue, que por decirlo suavemente parece tener unos métodos algo disruptivos.  

En esta escena en concreto, casi al final de la película, asistimos a la preparación de la coronación de Jorge VI en la abadía de  Westminster. Albert (al que Lionel llama por su nombre amistoso, Bertie) está molesto con Lionel porque acaba de descubrir que no tiene ningún título médico para ejercer. Soporta mucha presión bajo sus hombros, y el miedo le hace dudar de la confianza que desde el inicio de la película vemos que han estado construyendo. Cuando escuché lo que dice Lionel se me erizó la piel: 

“I did muscle therapy exercises, relaxation (with WWI soldiers)… but I knew I had to go deeper. Those poor young blokes had cried out in fear no one was listening to them. My job was to give them faith in their own voice, and let them know that a friend is listening” 

Traducido: 

Hice ejercicios de musculación, de relajación… pero sabía que tenía que ir más allá. Aquellos pobre chicos sollozaban temiendo que nadie los escuchaba. Mi trabajo era hacerles confiar en su propia voz, y hacerles saber que un amigo les escuchaba” 

Cegado por el miedo, Bertie sigue recriminando: 

“You have saddled this nation with a voiceless King […] You have ensnaring a star patient you could not possibly hope to assist” 

Traducido: 

“Has endosado a esta nación un Rey sin voz […] Has atrapado a un paciente estrella al que ni siquiera podrías esperar ayudar” 

A lo que Lionel sigue el juego. Se sienta en el trono, provocándole:  

“Get up, you can not sit there […] listen to me, listen to me! […] Listen to me because I have a voice!” 

Traducido:

“Levanta de ahí, no puedes sentarte […] ¡escuchame, escúchame! […] ¡escúchame porque tengo una voz!” 

Y cierra Lionel, levantándose del trono:  

“Of course you do. You have such perseverance Bertie, you are the bravest man I know. You will make a bloody good King” 

Traducido: 

“Por supuesto que la tienes. Tienes tanta perseverancia Bertie, eres el hombre más valiente que conozco. Serás un jodido gran Rey” 

Una especie de click interior se produce en este tipo de situaciones. Yo mismo las he vivido. He tenido la gran suerte de conocer a un Lionel que me ayudó a encontrar mi propia voz.  

Y esta es la razón por la que planteo que quizás no siempre necesitemos un psicólogo.  

Vivimos en la cultura del logro, del éxito. Una cultura donde sobrevaloramos lo superficial y castigamos el fallo con la condena social. Vivimos moralizados, sopesando todo bajo los criterios del  bien y del mal. Donde no nos permitimos los espacios para ser vulnerables, para aceptar que ninguno de nuestros pedos huelen a lavanda.  

Atragantados de lujos, nos perdemos en la inercia de la búsqueda. Quizás nos perdimos tanto buscando que nos olvidamos de encontrarnos. Quizás eso explique las estanterías llenas en las secciones de autoayuda. Quizás eso explique un aumento del 38% en la demanda de psicólogos desde el 2021, siendo el 50% de jóvenes entre 18 y 25 años.  

Resueno mucho con aquello de “hay que ser cocinero antes que fraile”. Y esta escena me sirve para representarlo: yo pienso que Bertie no necesita un psicólogo, necesita un amigo. Necesita la mirada genuina de otro ser humano que, desde la comprensión absoluta, lo sostiene con ternura, paciencia y amor. Y quizás haya que matizar el significado que yo le doy a algunas definiciones. 

Mirada genuina significa auténtica, honesta. No es una mirada con los ojos, es una mirada con el corazón. Conectas. Comprendes. Padeces. Ves al otro, lo reflejas. Lo admiras con ternura. Desde lo que es, sin controlarlo. Sin querer poseerlo. Está, y agradeces que esté. Sufre, y compartes su dolor. Y desde ahí lo contemplas, desde la distancia. Sin esperar nada. Agradecido, simplemente, del hecho de existir.  

Sostener significa acompañar con compasión. No es condescendencia. No es soberbia. No es un “yo sé dónde tienes que llegar”. Es un “yo veo esto en ti, y qué ilusionante sería poderlo ver salir”. Es un “no estás roto”, es un “estoy contigo, aquí”. Pienso que malinterpretamos el concepto de generosidad en el mundo occidental. Hace poco asistí a una misa budista en Seoul. No soy creyente, pero me sorprendió gratamente. A diferencia de los católicos que acostumbraba a ver en España, que rezaban para que un Dios “les entregase” o concediese directamente sus deseos (el “logro”), los budistas pedían “fuerza” para superar los obstáculos por si mismos. No querían desligarse del “proceso”, porque parece que comprenden que lo que “son” es suficiente para salir de donde “están”. Solo necesitan sentir que alguien los “sostiene”.  

Creo que podemos aprender mucho de esto que te acabo de contar.  

En el mundo oriental, dar consejos no está bien visto. Nadie es quién para insinuar que donde estás no es donde tienes que estar. Eso no significa que no te quieras mover. Significa que nadie es quien para decirte a dónde

Pienso que en el mundo occidental estamos contaminados por las ideas del “altruismo”. Pablo D’Ors dice, en “Biografía del Silencio”:  

Toda ayuda a cualquier tú es puramente voluntarista o superficial hasta que no se descubre que yo soy tu, que tu eres yo, y que todos somos uno. Lo más acertado parece ser, en consecuencia, dejar que el otro sea lo que es. Creer que uno puede ayudar es casi siempre una presunción. Deja a los demás en paz porque poco de lo que les sucede es realmente asunto tuyo” 

Pero pienso que hay una carga de ego en pensar que podemos «lograr» que el otro sea otra cosa. Alimentan nuestra sensación de superioridad. De ser útiles. Por eso nos cuesta tanto.

Por eso me gusta tanto el concepto de “sostener”, al que me cuesta mucho llegar, pero que conmigo fue realmente transformador. Sostener, para mí, es un “tranquilo, cuando puedas. No te juzgo. Aquí tienes mi hombro. Cuando estés listo, nos movemos.” 

No es fácil dar con un Lionel. Pienso que ha de ser alguien muy curtido personalmente. Con un alto nivel de consciencia, y al que claramente le hayan pasado factura las cicatrices. Ha tenido que ser “cocinero antes que fraile”. Porque de lo contrario no será capaz de sostenerte. Podrá comprenderte, podrá empatizar. Hará todos los ejercicios de racionalización posibles. Pero jamás será capaz de “verte”. Porque uno se reconoce en los otros. Porque para hablar de la guerra uno tiene que haber sido soldado.  

Esperar hasta que se esté preparado

Y por último, amar

Sigo explorando este término. Y paradójicamente, una buena noticia es que cada vez le adhiero menos palabras. Lo mejor que puedo decir hasta ahora es que, con total convicción, confundimos amor con romanticismo. El primero es incondicional. El otro no. Para mí, el amor es una comprensión espiritual, no una experiencia sentimental.  

Y se ve muy bien en Lionel a lo largo de toda la película. Me atacas, pero no me ofendo. Me rechazas, pero no me alejo. Porque no me importa. Porque “te veo”. “Puedes no tartamudear, y yo lo sé, aunque tú aún no. ¿No estás listo para creerme? Tranquilo, llévate el vinilo y escúchalo cuando estés preparado… 

Qué acto de amor tan grande me parece el esperar a que el otro esté preparado. Dar los debidos tiempos sin esperar nada a cambio. Ojo, no me refiero al que coge una silla y se sienta a esperar, del que su mundo se para hasta que el otro pulsa el botón. Sino del que no se toma como un ataque que las cosas no sean como uno quiere cuando uno las quiere. Del que continúa sin cerrar las puertas, porque comprende que cada uno tiene sus tiempos. De las cosas más bonitas que me han dicho a mi cuando me han hecho algún espejo grande y me he dado cuenta que tenía que cambiar algo: “tranquilo, cuando puedas”.  

Si te fijas en la escena anterior, vemos a un Bertie agradecido. No ha dejado de ser tartamudo, pero lo ha trascendido. Sabe que es tartamudo, pero ahora se siente con fuerzas para gestionarlo. Ya no es un impedimento para ser funcional. Qué gran punto para pensar, ¿no? Quizás tenga que ver más con esto que con ir al psicólogo. Quizás tenga más que ver con aceptarse a uno mismo y sentirse visto con ternura y compasión que con fustigarse constantemente con el fracaso de no ser suficiente. Con reconocer que uno no sabe y no es, sin que eso esté mal, sin necesidad de cambiarlo. Arropado por miradas genuinas. En lugar de buscar traumas en el psicólogo.  

Me encantan los ojos vidriosos de Bertie, mirando a todas partes y a la vez a ninguna, rodeado de personas que no ocupan ningún espacio y, entre todo el ruido, Lionel. Mirando desde la distancia. Asiente, símbolo de “tranquilo, sigo aquí, estaré aquí”. Sonríe. Y la expresión de Bertie cambia por completo. De la bruma al agradecimiento. Asiente y sonríe. Sale al balcón. La gente lo aplaude. No le conocen. No saben quién es. Se quedaron en la superficie. Pero detrás de él hay alguien que siempre estará ahí, sonriendo.  

He vivido esta sensación. Y es terapéutica. Créeme, hablo desde las vivencias de un adulto que sigue teniendo un niño aterrado dentro. Que su mente sigue encarcelándolo con ilusiones. Que sigue perdiéndose en las búsquedas de vez en cuando. Pero ayuda soltar la mochila y descubrir que puedes decidir no seguir cargando con ella. O dejarla ahí durante un rato. Que, en realidad, no se espera tanto de ti. Que no eres tan importante. Que quizás nos hayamos acostumbrado a tanto, que hayamos perdido la perspectiva de lo poco que realmente necesitamos. Que menos es más. Y que ya tienes mucho, porque llegaste a este mundo sin nada. Que entre tanta búsqueda quizás nos hayamos olvidado de parar. De dedicarle un poco de tiempo a aburrirnos. De integrar el no. De naturalizar el pasarlo mal. De aprender a recalibrar

Que si miras alrededor, entre tanto ruido y tanto humo, verás en el resto al mismo adulto cargando con su propio niño. Y que quizás deberíamos de aprender a mirarnos más a nosotros mismos como lo haría Lionel. Y no nos engañemos. Todos tenemos algún Lionel en nuestras vidas, aunque a veces no seamos conscientes de ello. Quizás nuestras expectativas siguen jugándonos malas pasadas. Pero en cualquier caso, uno siempre guarda un Lionel dentro de sí.  

Deseo que tú también tengas cerca a personas que, independientemente de la frecuencia y la distancia, una mañana se despiertan, se acuerdan de ti, y te mandan un mensaje diciendo: “gracias por ser parte de mi vida. Que tengas un día estupendo” 

Y deseo que tú también lo hagas con otros mucho más a menudo.  

Inside-Out: mucho más que una simple película de dibujos
Grado en Ingeniería Aeroespacial (GIA)
Team Leader Forest & Back
Estoy utilizando cookies para brindarte la mejor experiencia en mi sitio web.    Y BlaBlaBla...
Privacidad