Close: cuando perdemos al niño que llevamos dentro

Acabo de terminar de ver Close y no me puedo acostar sin escribir lo que llevo dentro. Este es uno de los artículos que escribo para que, cuando llegue el momento, y si la vida me da la oportunidad de tener un hijo en plena adolescencia, pueda ponerme la película con él y comentarla juntos.

La película es triste. Es trágica. Es dura. Te deja con un mal sabor de boca, porque coge una situación cotidiana y la lleva hasta tal extremo (la muerte, como punto de no retroceso) que no te quedan más cojones que mirarte frente al espejo y preguntarte si muchas de las cosas que te preocupan realmente merecen la pena. De la cantidad de problemas que podrían, simplemente, desvanecerse con el (no tan) simple acto de desapegarse, tomar algo de perspectiva y darle espacio a lo que verdaderamente importa. A lo que suele emanar de lo más profundo de nuestro corazón. A lo largo del filme veremos distorsionadas las delgadas membranas del bien y del mal, del amor y del romanticismo, de la esperanza y de la culpa, de la humildad y del ego… Del efecto de la moral y la cultura, de la pulsión humana por ser aceptados por el grupo. Y de cómo todo eso, en los momentos donde uno transita por su propio viaje de autoconocimiento y construcción de identidad, puede convertirse en un cóctel emocional indigerible para cualquier adolescente. Si encuentras resuene emocional con los personajes (como es mi caso, que me toca muy de cerca), la historia te resultará incluso desgarradora. Pero merece la pena pasar por ella. Como la vida misma…

Te recomiendo leer el post con esta canción en bucle, y en un lugar donde estés solo y tranquilo.

La Inocencia del Amor

Genero mucho rechazo cuando hablo de lo que yo he aprendido a llamar “amor”. Suelo describir un concepto muy alejado de lo que vemos en Hollywood, en los cuentos o en las estructuras familiares. Para mi el amor es indescriptible. Es una expresión de lo más puro de nosotros. Se siente “rico”, “te da vida”. Digo, con el convencimiento del que lo ha descubierto, que puedo amar exactamente igual a un perro, a las avispas que observo a menudo por el campo polinizando las flores, a mis primos de 8 y 10 años, a mi madre o a mi padre, al vecino que me sujeta a veces la puerta, al desconocido que me sonríe en el autobús o a la chica con la que me acuesto por las noches. Porque para mí el amor es incondicional. Para mí, el amor no es sexual, no es necesariamente recíproco, ni está supeditado a ninguna condición. Trato de amar como una forma de expresarme, como una forma de conectar con el resto. De estar en presencia con el otro. Ojo, no siempre lo consigo. He descubierto que solemos relegar los espacios para entregar amor a lo más profundo de nuestro corazón. Lo cubrimos con capas de condescendencia. Nos construimos un personaje, y le damos el papel protagonista de este guión que llamamos vida. Y bajo las directrices de dicho personaje (sobre)vivimos en base a una manera de concebir el mundo que, normalmente, solemos dar forma a través del dolor. De vivencias y experiencias que nos han dejado cicatrices, y que nos han hecho aprender, adaptarnos para sobrevivir. 

Cada uno tiene su contexto; la película muestra el de dos amigos de la infancia. Dos chicos de 13 años que han crecido juntos, como dos hermanos. Dos chicos que son felices, que disfrutan pasando tiempo juntos, descubriéndose el uno al otro. Puedes ver constantemente al inicio de la película escenas donde se expresan ese amor incondicional del que te estoy hablando. El que no tiene etiquetas, el que está libre de juicios. El que nace del corazón, de la inocencia de un ser que está presente, conectando con otros. En profunda armonía. Escenas como Leo dejando espacio a Remi para tocar el oboe, mirándole a los ojos. Escenas como apoyarse la cabeza en el cuerpo del otro. Escenas como jugar con la madre de su amigo como si fuese su propia madre. Escenas acariciando las flores corriendo por el campo. Escenas simulando el viento para que su amigo se duerma… 

Todo esto, que vemos ahora con los ojos del que ha pasado una vida sometido a eso que Pablo D’Ors llama la “hipnosis de la cultura”, es para mi una muestra del amor más puro. Tengo una prima de 10 años y un primo de 8. Ella es más reservada, pero él me está enseñando a recordar lo que significaba ser un niño. Se pasa el día abrazándome y haciéndome carantoñas. Se tumba conmigo, se apoya en mí, y hago con el exáctamente las mismas cosas que se ven en la película. Cada vez que los veo es como una toma a tierra. Me regalan años de vida. Cuando la gente nos ve cómo nos miramos, simplemente sonríe. Eso, esa expresión a la que es difícil ponerle palabras pero que tiene el poder de contagiarse, es lo que yo llamo amor. Creo que la única razón por la que consideras diferente lo que hago con mi primo a lo que hacen Leo y Remi es porque un día te hiciste “mayor”. La biología jugó su papel despertando en ti la sexualidad, amparada por el romanticismo, que no es más que una manifestación de la posesión y del deseo. Y perdiste la inocencia de cuando eras un niño.
Si te fijas, muchas cosas desaparecen cuando nos hacemos “mayores”, otras solo las escondemos bajo capas de autoestima, porque en algún momento aprendimos a palazos que dejan de ser “funcionales” en el mundo de los adultos. Tengo 25 años, he tenido una historia de vida algo peculiar. Mis padres se divorciaron cuando tenía tres añitos y me detectaron altas capacidades a los doce. Nunca he tenido muchos amigos. Nunca he sabido encajar. Llevo mucho tiempo descubriendo que me había construido un carácter, una coraza camuflada de soberbia que no me dejaba “tocar” al resto. Amar al resto. Y muy a mi pesar he descubierto también que esto más que la excepción, es la media. Creo que muchos de nosotros pasamos por un momento en nuestras vidas en el que dejamos que los prejuicios contaminen nuestro juicio, conformen nuestro carácter, y nos hagan olvidar que, en realidad, lo mejor que sabíamos hacer cuando éramos niños era tener esa mirada dulce e inocente. Amar. A todo y a todos. Incondicionalmente. Yo lo tengo claro. Te pregunto si tú también sientes que llegó un momento en el que perdiste a tu niño. Que te dejaste contaminar.  Que te olvidaste de amar.

La necesidad de encajar

Lo más desgarrador de la película es ver cómo Leo va perdiendo esa inocencia a un ritmo que su amigo Remi no es capaz de soportar, y cómo los guionistas deciden degenerarlo en un desenlace trágico donde no haya retorno para rectificar. Es un golpe directo a la consciencia. Y una forma de transmitir uno de los aprendizajes más valiosos que la vida me ha enseñado hasta ahora: la aceptación

Cuando comienzan el instituto, su contexto cambia. Pasan de estar solos en el campo, con sus familias, en un entorno de confianza, de seguridad emocional, de gente que los aprecia y los quiere, donde pueden “ser” sin miedo al juicio… a un entorno social donde el mayor de los incentivos es formar parte “del grupo”. Pablo Malo lo habla en su libro: somos animales sociales. Y más aún: nos identificamos en “el otro”. Necesitamos ver “al otro” para hallar las similitudes. Dicho de otro modo, “nos “encontramos” en “el otro”. Y encontrarse es la mayor de las desesperaciones cuando uno es adolescente. Es un periodo de cambios hormonales cuyo incentivo es prepararnos como especie para reproducirnos, para luchar por “nuestra” supervivencia. La misión biológica llama a la puerta, en un mundo que ya quedó muy lejos de aquello para lo que nos preparan nuestros genes, pero que necesitaremos cientos de miles de años para recalibrar. Aparecen hormonas que nos vuelven sexuales. Empezamos a sentir atracción física, y a re-etiquetar comportamientos que antes rebosaban inocencia. Empezamos a cohibirnos, a guiarnos por ese cáncer llamado “autoestima”, a medirnos en relación al otro, a compararnos, a buscar destacar. A necesitar agradar. A buscar la validación. A buscar desesperadamente encajar. Y esto es algo de lo que ninguno nos salvamos. Pero depende del contexto, puede ser una experiencia más o menos traumática.

En el caso de la película, Leo y Remi empiezan emocionados el instituto. Es una etapa nueva, de cambios. Están orgullosos de poder vivirla juntos. Siguen expresando su amor, pero esta vez ya hay ojos externos juzgando, etiquetando. Y esas etiquetas pesan demasiado en ambos: en un Leo que no se conoce, que necesita de “los otros”, y que tiene miedo del rechazo ante la idea de “ser” algo que ni siquiera sabe lo que significa; y en un Remi que no es capaz de gestionar la soledad que le produce el rechazo más doloroso: el del que consideramos un igual, un “aliado”, el que nos permite construir nuestra identidad. ¿Cómo seguir si la única persona en la que me identificaba ya no me acepta como “soy”? ¿Quién “soy” entonces? ¿Y si estoy roto? Porque alejándose de las miradas contaminadas, yo interpreto que los guionistas ni siquiera están dando espacio a la sexualidad. Ese es el aprendizaje: el efecto que tiene sobre nosotros el emprender el viaje donde perdemos la inocencia sin tener las herramientas adecuadas para gestionarlo. Alguien tendría que haber cogido a Leo y haberle explicado lo que le estaba pasando, haberle mostrado las consecuencias del perderse en las miradas ajenas, de alejarse del corazón. Alguien tendría que haberle enseñado que lo mejor que podría hacer en el viaje que estaba a punto de emprender era tratar de evitar que le arrebatasen su mayor tesoro: su inocencia, la que le estaba permitiendo expresarse con su amigo desde el amor, sin condición, sin juicio. Desde la expresión más pura y hermosa que creo que, como seres humanos, somos capaces de entregar. La que recarga las pilas y da sentido a nuestra existencia. Al igual que alguien tendría que haber cogido a Remi y haberle explicado que no era el fin del mundo. Que no estaba roto, que en realidad su amigo no le estaba rechazando a él, se estaba rechazando a sí mismo. Que el duelo estaba en su interior. Y que no estaba solo, ni lo estaría nunca, porque esa es la condición humana: ser sociales. Haberle enseñado a dar espacio, a seguir amando a su amigo a pesar del rechazo, y dar los tiempos necesarios para que las cosas se colocaran en su debido sitio. Alguien tendría que haberles enseñado a distanciarse, a tomar perspectiva. Que, por mucho que cueste, y por muy dolorosas que puedan parecer en ciertos momentos, lo más importante de este mundo son las relaciones que creamos, y que lazos como el de Leo y Remi son un regalo que merece la pena esforzarse en mantener. Porque recargan baterías. 

Ojo, y esto no quiere decir que su relación no corriese el riesgo de volverse tóxica. Alguien tendría que haberles explicado que las relaciones no son un juego de suma cero, porque entonces creamos dependencias que proyectamos en los otros, e intoxican la pureza del amor. Que a veces los caminos se separan, pero que los corazones pueden seguir permaneciendo unidos. Que lo que “son” es completamente dinámico e irrelevante. Que mutarán en función del contexto. Que se hostiarán y aprenderán. Que en el largo viaje del “adulto” aparecerán nuevas personas, nuevas oportunidades de ser y de expresarse. Y que, siempre y cuando no dejasen nunca escapar su inocencia, podrían tener la oportunidad de aprender a vivir una vida completamente plena. Porque otra cosa que he descubierto a base de cicatrices es que hacia fuera somos meros espectadores, fruto de la serendipia y del contexto, pero hacia dentro somos nuestros propios arquitectos. Que la plenitud es subjetiva, y que nunca depende de lo que se “es” o lo que se “tiene”, sino de cómo uno decide interpretarlo y gestionarlo. Y creo que saber que uno dispone del control de esa interpretación es el mayor de los tesoros que uno puede llegar a descubrir.

El Efecto de Volverse Vulnerable

Lukas Dhont, el director de la película, explica cómo concibió la historia leyendo el libro “Deep Secrets: Boys’ Friendships and the Crisis of Connection” de la psicóloga Niobe Way. Mira los primeros tres minutos de esta entrevista, es espectacular.

En mi viaje he aprendido que había malinterpretado el concepto de vulnerabilidad. De nuevo, nuestra biología repudia la idea de ser débil, porque débil es sinónimo de extinción. Pero ser vulnerable significa ser humano. El famoso combate de Gary Kasparov ante Deep Blue fue un fenómeno de masas porque convirtió a Gary en un ser humano. Ser humano significa que eres imperfecto, que tus pedos no huelen a lavanda, y que harás cientos de gilipolleces a lo largo del día. Ser humano significa que la cagamos constantemente porque desconocemos el camino, que hacemos las cosas lo mejor que podemos en base a los programas que tenemos instalados. Que no somos perfectos, que cada uno luchamos contra nuestros propios demonios. Y que por lo tanto estamos todos entre iguales. Ser vulnerable significa que eres susceptible al dolor, que tu piel “transpira”, que acabarás enterrado o en cenizas. Suena paradójico, pero la vida me ha enseñado que el riesgo no está en ser vulnerable, que por definición se es, sino en tratar de ocultarlo. Esa mezcla de arrogancia, cinismo y soberbia característica del ego, de ese personaje que nos dice que somos los protagonistas. 

En la película vemos como Leo pasa meses hasta que está tan agotado de soportar la represión que está haciendo de su dolor, que logra subir a la habitación de su amigo, reconocer que le echa de menos, o incluso reconocer que se siente culpable por la muerte de Remi. Desde luego que no lo es, es parte de esa distorsión del ego, pero el miedo y la incapacidad de gestionar emocionalmente el torbellino de sentimientos que invade su interior se convierten en una cárcel en vida. Si Leo hubiese tenido a alguien que le hubiese enseñado a mostrarse vulnerable, a expresar sus sentimientos; que le hubiese mostrado que el dolor es parte de la vida, que es un mecanismo de aprendizaje, y que en lugar de reprimirlo debía manifestarlo, para “dejarlo ir”… quizás el duelo habría sido mucho más llevadero. Quizás incluso podría haber sido capaz de enfrentarse a la soledad del no encajar, y haberle mostrado a su amigo lo que le pasaba, lo que sentía, en lugar de haberlo convertido en cómplice y diana de su duelo interior. Y lo mismo por la parte de Remi, haberse abierto con sus padres, que indudablemente podrían haberlo ayudado a reconciliarse con Leo y enseñarle a encontrar las formas de encajar en un mundo hecho para la media, pero desde la aceptación de lo que “es”. Algo que he aprendido que debo hacer con mis hijos es construirme un espacio de confianza con ellos, en el que sientan que pueden “ser” lo que sean, como sean, sin miedo al juicio. Sin miedo a la represalia. Aunque no me guste lo que me tengan que contar. Aunque no me convenga. Pero he aprendido que generar estos espacios es la única solución para enseñarle a mis hijos el valor de ser humilde, de abrirse a la gratitud. El único calibre que puedo tener con ellos para ayudarlos a tomar perspectiva, a desdramatizar gran parte de las cosas, ya que la mayoría de los problemas del día a día pocas veces suelen ser realmente problemas, más allá de lo que nuestro ego quiere hacernos creer. Para evitar perdernos en nuestra propia burbuja distorsionada de la vida, en la que nosotros somos los protagonistas. Es revelador descubrir el lado oscuro que tiene esto de tomar el papel distorsionado de protagonista, hasta el punto de hacer que uno se suicide. Remi termina con su vida porque considera que “su” vida no tiene sentido. Está tan ciego, tan absorto por su propio dolor, que lejos de vulnerabilizarse para comprender que su problema no era tal, se ciega a la humildad, se cierra ante la gratitud, y pierde la perspectiva de que él es uno más en un mundo lleno de historias de dolor. Cuando uno hace este ejercicio descubre que, en el fondo, es afortunado. Porque de nuevo, no podemos elegir lo que nos pasa, pero sí somos los encargados de interpretar lo que nos pasa. Y esto abre el camino a la esperanza.

La Ilusión de la Esperanza

Pienso que la gran losa de Remi es que perdió la esperanza. Y cuando uno pierde la esperanza en un mundo como el que vivimos está condenado a la locura. La esperanza no hace buen match con el control. Y el control genera expectativas que distorsionan la realidad. Remi no estaba preparado para gestionar la incertidumbre, para transitar un camino que le asustaba, donde podía dejar de tener esa relación con su mejor amigo, o donde tendría que armarse a construir relaciones nuevas, entornos nuevos, experiencias nuevas, aprendizajes nuevos… Pero lo que termina matándolo es la pérdida de la esperanza. Créeme, aún sigo peleándome con ello. Esto de la esperanza es un tácito en lo que solo logro profundizar a través de las cicatrices. Pero hasta lo que puedo decir, la esperanza es la elección de pensar que las cosas terminarán siendo favorables, tarde o temprano. Incluso, que ya lo son, porque te van a permitir aprender lo que necesitas para trascender. Puedes rebatírmelo, y no entraré en debates. No me importa que sea así, me importa que me es útil. No hay mayor incentivo a permanecer un día más en la batalla que tener la convicción de que la tormenta amainará. De que las nubes desaparecerán y volverá a salir el sol. De nuevo, no controlamos nuestro exterior, Remi no podía elegir lo que su amigo Leo terminaría eligiendo hacer. Remi podría abrirse con un amigo, e incluso así haber obtenido una respuesta de rechazo. Pero eso no es lo importante. De hecho es irrelevante. Porque de lo que Remi solo tiene control es de lo que pasa dentro de él. Decidió suicidarse, porque perdió la esperanza. Con un poco de esperanza, quizás podría haber elegido otra cosa.

La Importancia de estar Presente

Y esto último es solo un recordatorio para mi futuro hijo:

Hijo, si lees esto, recuerda lo efímero de nuestra existencia. El mundo es uno, y juega con unas normas. La sociedad, la cultura… nunca pierdas la perspectiva. Ni la esperanza. Aprende de Remi que la vida es un regalo, nada es tan importante como el momento presente. El hoy, el aquí y el ahora. Cada minuto. Y aprende de Leo: nunca niegues un abrazo. Nunca niegues una sonrisa. No esperes para decir un “te quiero”, o un “me siento muy afortunado de tenerte en mi vida” o “gracias por estar en mi vida”. Porque nunca sabes cuándo va a ser la última vez que puedas hacerlo. Intenta escapar de las miradas ajenas. Vas a sufrir, tenlo por seguro. Intenta no evitarlo, deja que el dolor te invada para aprender de él. A veces toca soleado, otras veces amanece nublado. Todos pasamos por ahí. Por insufrible que parezca, volverá a salir la luz. Pasarás página. Intenta , siempre que puedas, no enfadarte. No merece la pena. Y relativiza tus problemas. Si haces el suficiente ejercicio de gratitud te darás cuenta de que quizás hasta puedas transformar muchos de ellos en oportunidades. Y recuerda que al ser humano, te olvidarás de estas palabras. No te martirices, es parte de tu condición. Trátate con comprension. Somos gilipollas, y lo seguiremos siendo. Me es suficiente con que tomes consciencia. Con que intentes no perder nunca tu inocencia y ser, ante todo, una buena persona. Besa, achúchate, abraza, duerme acurrucado… Ama, todo lo que puedas, a quien quieras y como quieras. Aunque no sea correspondido. Sigo convencido de que es la cosa más bonita que uno, como humano, está llamado a entregar. 

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