Luca: un rarito curioso aprendiendo a aprender

No pretendo sonar sentencioso. No pretendo, siquiera, hacer dogma de mi realidad. Tan solo intento transmitir mi experiencia. Y, si por el camino, resonando encuentra consuelo alguien más, habrá merecido la pena. Luca es una de mis películas favoritas porque me encuentro profundamente identificado con el personaje y su historia. Y quien me conozca bien quizás haga conexiones ahora que nunca antes ha podido hacer. Este es uno de los post más viscerales que escribo. Ojalá que sea el inicio de muchos más.

La historia de Luca es mucho más que la historia de un monstruo marino que sale a la superficie a explorar. Es la lucha interna de alguien diferente tratando de encajar. Es la incesante búsqueda de respuestas en un mundo que no está preparado para tantas preguntas. Es la constante dicotomía entre amar y ser amado, entre soñar y aceptar. Es una enseñanza arrolladora de que la vida es compleja, de que las relaciones son complejas. Es una alerta de lo peligrosos que son los blancos o negros, de la cantidad de matices que envuelven los contextos…

Pero sobre todo, es una enseñanza preciosa de lo que es el amor, el amor real, el puro, el incondicional. Y de cómo lo contaminamos constantemente por nuestra incesante tendencia a resistirnos a aceptar la realidad. Y de las dificultades que puede plantear un contexto puramente aleatorio en un niño con una «caja de herramientas» cargada de una curiosidad innata que no se vea capaz de gestionar…

Atento: alerta spoiler. Si aún no has visto la película, te recomiendo calzarte unas palomitas y después volver a este post.

Ser padre: el delicado arte de dejar ir

La película comienza planteando la historia de Luca, un monstruo marino que lleva una vida monótona en las profundidades de la costa italiana. Los monstruos marinos son perseguidos por los humanos, e incentivados por ese peligro sus padres tratan de llevar a Luca atado con una correa que lo ahoga. Luca es un niño espabilado, curioso, educado, buena persona. Tiene preguntas por resolver, preguntas que sus padres no saben responder. Un día conoce a Alberto, otro joven monstruo marino que ha salido a la superficie y ha descubierto que, una vez fuera, se transforman en humanos y solo el agua los devuelve a su estado natural. Y es aquí donde comienza la aventura de ambos por Portorosso, un pueblo de la costa italiana donde deben camuflarse con los humanos hasta ganar un concurso con el que hacerse con una «vespa» para viajar libres y explorar juntos los confines del mundo.

La evolución del personaje de los padres es absolutamente fascinante. Comenzamos la película viéndolos sufrir, atormentados por el plausible desvanecimiento de la ilusión de control que tenían depositada en que la seguridad de su hijo dependía de retenerlo en las profundidades, y terminamos completamente conmovidos por el trabajo de purificación interior que han desarrollado en el camino para tomar consciencia de que, en realidad (y sin quererlo) estaban materializándose en un tremendo lastre para el florecer de su hijo. Y es que tengo la sensación de que esto resulta fácil en una película, pero terriblemente complejo en el mundo real.

No soy padre, pero quiero serlo. Trato de tener pocos convencimientos, porque me gusta intentar ser lo más escéptico posible como puro cortafuegos crítico, pero estoy bastante convencido de que ser un buen padre debe ser la tarea más compleja del mundo. Quizás como cualquiera, vamos aprendiendo de lo que hicieron con nosotros en el pasado para tratar de replicar o evitar ciertos aprendizajes con nuestros hijos en el futuro. Así que soy consciente de que tratar este tema es algo delicado, pero aún así quiero lanzarme porque considero que la reflexión merece la pena:

Luca (2021) | Disney Pixar

Pienso que ser padre, en su esencia, es navegar por las aguas turbulentas entre el deseo de proteger y la necesidad de liberar. Es un rol lleno de contradicciones, donde la intención de guiar y proteger puede fácilmente transformarse en un acto de control que sofoque el crecimiento. Y pienso que Luca pone en evidencia esta lucha interna de los padres entre el control y la autonomía.

Creo que los padres (y quizás extrapolable a cualquier otra figura de autoridad) a menudo proyectan sus miedos y frustraciones en aquellos a quienes están tratando de guiar. Y pienso que este es un lastre estratégico que no solo limita el potencial de los hijos, sino también su capacidad para adaptarse y evolucionar. En la película, los padres de Luca se excusan a sí mismos planteando que solo «intentan protegerlo de los peligros del mundo exterior», pero en el fondo este no es un miedo de Luca, sino heredado de sus padres. Son sus propios temores y ansiedades impuestos en su hijo.

No puedo evitar pensar en mi madre, y en su inmenso corazón. Jamás fue su intención, pero uno solo puede dar lo que ya tiene. Y el que tiene miedo lo proyecta. No soy partidario de justificar a un adulto, pero un niño aún no es responsable de sus decisiones. No está preparado. Está justamente en su proceso de desarrollo, y mi recordatorio para el Iván del futuro es a tomar consciencia, como padre, de que esa sobreprotección, aunque bien intencionada, se pervierte cuando impone restricciones excesivas que limitan la sabiduría de la vida para decidir lo que esté llamado a ocurrir en cada momento. No digo que esto sea así siempre, pero pienso que en ciertos momentos de la vida del hijo (principalmente en la adolescencia) es nuestro rol, sin embargo, ser un soporte más que un guardián.

En la película, la figura del padre de Giulia, un hombre que a primera vista parece duro e impenetrable, nos muestra esa otra faceta de la paternidad en la que, a pesar de sus miedos, apoya a su hija en su deseo de explorar y crecer, llamándonos a cuestionar esto de que quizás el ser un buen padre no sea proteger a toda costa, sino estar ahí, listo para apoyar cuando sea necesario. Que no se trate de impedir o evitar la caída, sino de ayudar a levantarse. Y que, como padre, nuestra responsabilidad sea la de propiciar el entorno favorable para que, como he escuchado por ahí alguna vez, «la hostia te la des en el columpio y no en la moto».

Y la maravillosa ironía que trata de enseñarnos la película es que, en el intento de evitar que sus hijos experimenten dolor, los padres a menudo terminan causando un daño mayor. Y poniéndonos más técnicos en base a mi experiencia gestionando equipos: los sistemas rígidos, que no permiten el fracaso, que no gestionan la incertidumbre, se vuelven frágiles y están condenados a colapsar ante la primera señal de problemas. Uno de mis mayores aprendizajes vitales (que por supuesto he aprendido a base de buenos golpes) es que la verdadera fortaleza radica en aceptar que no podemos controlarlo todo (quizás incluso prácticamente nada) y que el crecimiento real surge precisamente de esas experiencias que no supimos prever, ni pudimos evitar.

Liderando aprendí una de las grandes lecciones para cuando sea padre: que mi rol no es proteger a mis hijos de la vida, sino darles las herramientas y el apoyo para que puedan enfrentarse a ella por sí mismos. Aunque parece paradójico, el verdadero éxito no se encuentra en mi gestión, sino en la suya. Y que quizás mi tarea sea más la de mantener esa tensión constante entre la ilusión de control y mis propias pasiones, mis juicios erróneos acerca de lo que es mejor o peor en cada situación; lo cual a su vez pueda ser el mayor de mis retos. Y siendo consciente de que, por supuesto, la cagaré, a pesar de todo mi amor y mi esfuerzo. Y mis nietos lo harán mejor que yo, y que mis padres. De eso se trata: de un viaje continuo de crecimiento y aprendizaje.

Alguien diferente en busca de aceptación

Los personajes de Luca y Alberto son otra cosa fascinante. Cada uno a su manera, luchan contra la desgarradora sensación de sentir que no encajan. Alberto trata de justificar que el mundo humano es mejor que el marino, cuando en realidad lo único que añora es una familia. Hasta mitad de la película no descubrimos que su padre lo abandona cuando empieza a dejar de ser un niño. Y Luca, por su parte, encuentra en Alberto una excusa para salir a explorar y abandonar un nido donde no se siente comprendido, y donde ve que no podrá encontrar repuestas a las preguntas que plantea su creciente curiosidad.

Luca (2021) | Disney Pixar

Y aquí hablo de primera mano: es muy jodido sentirse un bicho raro. Mis padres se divorciaron cuando tenía dos añitos, y me diagnosticaron Altas Capacidades a los doce. Creo que ya he planteado lo suficiente la complejidad de ser un buen padre. Imaginemos los extras añadidos a ser padre divorciado de un niño superdotado. Un niño que con tres años te pregunta que por qué comemos hoy lentejas, por qué el cielo es azul o por qué no puede meter naranjas en la lavadora. Y no busca una respuesta trival. Busca profundizar en los matices de las cosas. Tiene una curiosidad insaciable, una sensibilidad exacerbada y una forma de comprender el mundo que necesita de los alicientes favorables para su próspero crecimiento. Para florecer

He tenido la gran suerte de poder aportar mi granito de arena a varios adolescentes con Altas Capacidades en diversos institutos de Madrid, y cuando uno no se encuentra me parece imprescindible hacerle comprender que solo podemos encontrarnos en el otro. Somos cual espejos proyectándonos constantemente en el otro y tratando de identificar algún reflejo. Uno no es, uno se identifica en el otro. Solo observando comportamientos en los otros podemos decir «¡eh, yo soy eso, yo me siento así!». Y solo identificando a un semejante puede cesar nuestra pesada incomprensión.

Yo crecí siendo solitario. No sé si se podría decir que durante mi infancia tuve realmente amigos. Y por eso me parece absolutamente imprescindible que alguien que se sienta diferente, sea por la razón que sea, aprenda lo antes posible que si no refleja, es porque no está proyectando en el sitio adecuado. Ojo, no estoy hablando de justificar nuestras rarezas y cerrarnos en banda selectivamente a las personas que pasen nuestro filtro. Al contrario. Estoy planteando que no tratemos nuestras diferencias como una discapacidad. Que aprendamos cuando antes los mecanismos de fricción social que permiten una vida en armonía; porque somos animales sociales, nos guste o no. Pero pienso que el primer paso siempre es comprender que, en algún lado, hay alguien más como tú. Porque sin esa revelación me parece muy difícil vencer al dilema de la búsqueda de aceptación versus la necesidad de mantener la autenticidad. Uno puede llegar a anularse a sí mismo con tal de encajar. Y eso solo genera un vacío interior difícil de paliar. He vivido en mis carnes que el paso de aceptarse a uno mismo pasa primero por la comprensión real de que uno no está roto; que no hay nada que reparar, sino mucho por aprender. Porque, como también he escuchado por ahí, «ellos son más».

Aprender a construir el contexto adecuado es un talento que hay que desarrollar. Y el rol del padre es aún más crucial ahí: lo que me sirvió a mi no tiene por qué servirle a mi hijo, y el dejarle explorar se convierte en el único salvoconducto para prosperar. La acción procede de una motivación, y la necesidad es un aliciente al cambio. Me parece imprescindible hacer entender que uno no está condenado a ser un incomprendido, que solo debe encontrar. Pero para encontrar hay que buscar, y buscar requiere un esfuerzo muy grande porque implica tomar decisiones bajo el riesgo de que las cosas pueden no necesariamente mejorar, al menos no necesariamente en el corto plazo. En el caso de Luca, Alberto es su excusa para abandonar la isla, precedido por una aversión al riesgo de permanecer en las profundidades y someterse al castigo de sus padres. Pero la película está llena de referencias del estilo: superamos el miedo cuando no nos queda más remedio, cuando las alternativas no nos son más favorables. Y este contexto de «alternativas desfavorables» se puede construir. Y es justo nuestro aliciente a cambiar. A todos nos llega nuestro Alberto. Puede ser un amigo, puede ser una novia, puede ser un cambio de ciclo (una mudanza, comenzar la universidad…), pero siempre aparece un punto de inflexión que nos obliga a tomar una decisión. Y creo que ese es justo el momento de replantear nuestras creencias.

Silenzio Bruno: el poder de callar los demonios de nuestra cabeza

Todos tenemos a esa vocecita en la cabeza que bajo control es un estupendo analista de riesgos pero cuando se desborda se convierte en un tirano que solo nos impide enfrentar los miedos. En Luca encuentran una manera fascinante de expresarlo:

Silenzio Bruno scene, Luca (2021) | Disney Pixar

En mi experiencia, el concepto biológico de hormesis es la manera más acertada que encuentro de asemejar el proceso de superación de un miedo. En biología, la hormesis se refiere a un fenómeno en el cual una exposición a bajas dosis de una sustancia o estrés que es perjudicial en dosis altas puede tener efectos beneficiosos para el organismo. Es decir, que pequeñas dosis de algo que podría ser tóxico o estresante en mayores cantidades puede desencadenar respuestas adaptativas que fortalecen al organismo. O dicho coloquialmente: «lo que no te mata te hace más fuerte». ¿Por qué? Porque activa mecanismos de defensa que pueden resultar beneficiosos a largo plazo.

El miedo es una ilusión. Una respuesta química a la proyección de un escenario imaginario en el que corremos peligro. Pero ya sabemos de la psicología que el cerebro es tremendamente malo imaginando el futuro. Y lo que suele suceder (al menos en mi experiencia) es que la mayoría de nuestros escenarios de riesgo, o bien no son realmente peligrosos, o no se terminan cumpliendo. Y esto es porque parece ser que el cerebro solo quiere ahorrar energía y mantenerte vivo; seguro. Paradójicamente, la mayoría de las veces que enfrentamos esta vocecita de la cabeza comprobamos que la cosa no era tan terrible. Muchas de las veces tenemos la percepción de estar incluso mejor. Y resulta que este proceso, repetido en el tiempo, transforma la manera en la que nuestro cerebro asocia ese escenario.

Luca plantea a lo lago de toda la película la máxima de silenciar a Bruno que nos mantiene anclados en la inercia, de superar el miedo ante lo desconocido como un paso inexorable para poder conocer, ya que solo en lo desconocido uno puede ampliar su zona de confort y descubrir nuevas formas de hacer, de sentir, de ser. Es como una apuesta. El riesgo conlleva pérdida, pero es la única manera de poder ganar. Y eso es lo tremendamente apasionante de la vida: nunca sabemos el alcance real de nuestras posibilidades hasta que no probamos; hasta que no nos arriesgamos.

La aversión al riesgo es comprensible, pero también pienso que es el camino más directo hacia la obsolescencia. Aquellos que se niegan a enfrentar lo desconocido, que prefieren la comodidad de lo familiar, acaban condenados al estancamiento; y con él al declive. Máxime en un mundo tan complejo e incierto como el de nuestros días. Soy consciente que no es la tónica del discurso de mi generación, del Ikigai y del carpe diem, pero en mi entendimiento la fricción es el único camino del desarrollo real. Ojo, no estoy diciendo que para crecer haya necesariamente que sufrir. Como en todo, supongo que depende del contexto. Pero sí concuerdo con el doctor Frankl en que «uno no elige lo que la vida le depara, solo elige la actitud con la que lo afronta». Y creo que Luca plantea esta actitud de enfrentar las adversidades y buscar constantemente descubrir en lo desconocido como buena estrategia para atraer abundancia.

Los sueños como motor, no como meta

He tenido momentos en mi vida en los que la única manera de afrontar la situación ha sido abrazar la esperanza. Con muchos golpes aprendí a diferencia entre expectativa y esperanza. Y creo que Luca plantea de forma magistral esta dicotomía: los sueños (expectativas del futuro) no son destinos fijos, sino más bien motores dinámicos y contextuales que nos impulsan hacia delante en la situación pertinente. Catalizadores del crecimiento que deben ser entendidos como procesos, no como fines en sí mismos. En la película, la superficie, la Vespa, las estrellas… no son más que símbolos, excusas para promover una acción orientada en una dirección específica. De hecho, la Vespa deja de ser un fin en sí mismo para convertirse en un vehículo (literal y figuradamente) de crecimiento personal.

Pienso que hay una tremenda confusión generalizada entre las nuevas generaciones con la gestión de los objetivos. No sé si esto le será útil a todo el mundo, pero en mi experiencia la sensación de que tenemos siquiera un cierto control sobre lo que nos pasa es pura ilusión. Me gusta entender que, en la vida, toda expectativa que tengamos no es más que una ilusión de control acerca de cómo es o cómo debe ser la realidad. Y el problema de jugar con predecir como debe ser la realidad es que, cuando el mapa no es el territorio (y en definitiva, casi siempre), el que no acepta la realidad la sufre. Pablo D’Ors explica de manera soberbia en una de sus ponencias que la expectativa implica que las cosas deben salir tal y como yo las he proyectado. La esperanza, sin embargo, busca un enfoque optimista: confío en que las cosas saldrán, pero como tengan que salir. No me importa, porque sea como sea, me serán favorables.

Pienso que aprender a renunciar a las expectativas nos equipa con una herramienta poderosísima ante las adversidades, ya que aunque de por sí no las podamos controlar, no nos apegamos a un resultado, sino que nos dejamos fluir con la vida en el camino que nos toque, teniendo la confianza de que, pase lo que pase, todo volverá a sernos favorable. Esto es lo que hace Luca cuando decide enfrentarse a las consecuencias de mojarse y poder perder la carrera. O lo que hacen sus padres cuando deciden dejarle marchar a estudiar a la ciudad. Y creo que la mejor parte de la película en la que podemos reflejar este concepto es cuando Luca pregunta «¿y luego qué?, ¿y luego qué?»… y Alberto responde: “pues no lo sé”. ¡Pues no lo sé! Qué respuesta más preciosa: «pues no lo sé, pero oye, pase lo que pase, lo afrontaremos.»

Claro que esta actitud no es posible en un mundo donde el ego tiende a situarnos en el centro de la película y hacernos creer que el futuro de nuestros resultados depende exclusivamente de nuestra actitud y de nuestro esfuerzo. Dejo a elección de cada uno el enfoque que desee escoger.

El amor incondicional: cuando amar implica soltar

Y he dejado para el final la parte más maravillosa de la película, aquella que me emociona cada vez que la veo, principalmente porque la banda sonora me parece espectacular.

Recordemos: llevamos toda la película viviendo la historia de dos personajes (Luca y Alberto) cuyo incentivo consiste en ganar un concurso para poder comprarse una Vespa y lanzarse a la aventura juntos de conocer mundo. Y lo de juntos me parece especialmente detonante. En ese transcurso, Luca descubre que cabe la posibilidad de estudiar en la universidad, el sitio donde podría dar respuesta a todas sus preguntas, aunque para ello debe mudarse a la ciudad.

Y la evolución de los protagonistas es espectacular, en especial la de Alberto con su gestión emocional en la dimensión del concepto amor. Pasamos de un personaje que compensa sus vacío de amor y soledad del ser huérfano con el apego a una futuro junto a Luca, a un personaje que hace lo que podemos ver en esta escena final (te recomiendo que la pongas y vayas leyendo a la vez):

Final scene, Luca (2021) | Disney Pixar

La escena comienza cuando Luca y Alberto acaban de comprar la moto para arreglarla y poder irse a su aventura juntos (su sueño inicial) y despiden a Giulia en la estación, que inicia su viaje hasta la ciudad para estudiar todo el año en la universidad. Luca suspira. Claro que quiere irse con su amigo, pero ese es más el sueño de Alberto. El nuevo sueño de Luca es poder estudiar en la universidad. Entonces Alberto le cuenta que ha vendido la Vespa (su sueño) para pagarle un billete a la universidad (el sueño de su amigo). Sus padres vienen, en un acto de redención y transformación final hacia la comprensión de que su hijo necesita echar a volar, y ellos le están cortando las alas al volcarle sus frustraciones y miedos. La abuela le explica a Luca que fue Alberto quien convenció a sus padres para hacerlo, y que no fue nada fácil. «Ey mama, mírame a los ojos: sabes que te quiero, verdad». Mensaje directo de los guionistas: marcharme no es un asalto a nuestro amor. Ella suspira. Y entonces Luca le dice a Alberto «venga, coge tus cosas y nos vamos». Hasta el momento Luca jamás había contemplado siquiera la posibilidad de alejarse de Alberto. Luca responde: «no puedo hacerlo sin ti», a lo que Alberto dice: «nunca estarás sin mi» y le entrega el dibujo que han hecho juntos: «cada vez que saltes de un acantilado o tengas a Bruno molestándote, ese soy yo.» Y entonces la parte que te rompe la patata: «pero, si me voy, ¿cómo voy a saber que estarás bien?» Y la escena está tan bien hecha que ni siquiera le responde: no hay una respuesta, no hay palabras que describan. En su lugar, se funden en un abrazo: «me sacaste de la isla, Luca… estaré bien». El tren marcha, y según se va alejando la lluvia cae y ambos se convierten en monstruos. La escena es soberbia: guiño especial al mensaje de que han conseguido aceptarse tal y como son y, a pesar de ello, seguir adelante. La lluvia ya no es su castigo para volver a ser monstruos: la lluvia es lo que les recuerda quienes son. Y en la lejanía, una nube deja pasar los rayos del sol que apuntan directos a la isla. Su hogar. Símbolo de que siempre habrá luz en casa, de que el cambio es bueno. De que está creciendo. Suspira, mira hacia atrás y, con una sonrisa, disfruta del nuevo viaje que emprende, con la esperanza consciente de que, en algún momento del camino, saldrá el sol. En serio, de los mejores finales que he visto.

Creo que estas líneas representan firmemente la esencia detrás de un concepto tan confundido hoy en día: el amor. Pienso que lo confundimos con la pareja, o con el amor romántico. En la pareja, hay un contrato invisible de comportamiento. La pareja implica unas reglas no escritas de comportamiento. La pareja implica unas expectativas sobre cómo el otro debe comportarse para satisfacer mis necesidades. Pero en el amor real eso no existe. Para mí, el amor es incondicional. El amor es una profunda conexión con el otro desde la posición de semejante, desde el deseo absoluto de que a esa persona le vaya todo lo bien que le puede ir en la vida, que sea todo lo feliz que pueda ser, aunque eso no te involucre en la ecuación. Todo lo que nos sitúe a nosotros en la escena deja de ser amor. Podrá ser otra cosa. Según el contexto, podemos llamarlo apego, si quieres. Pero me parece un error denominarlo amor.

Con el personaje de Alberto te cuestionas esto mismo, y descubres que todos los celos de Alberto no eran más que fruto de la necesidad de poseer a Luca ante la a versión a la pérdida (miedo) de no tener nadie que le pueda querer de verdad (vacíos internos). No sé si es cierto, pero resueno mucho con aquello de que uno no puede dar lo que no tiene. Si uno no se ama a si mismo, es decir, si no hace primero el esfuerzo de purgarse hacia dentro, veo bastante difícil que pueda amar a otros. En su defecto, no hará más que proyectar sus vacíos en forma de inseguridades y miedos que tenderán a poseer y controlar los comportamientos de la otra persona en pro de su propia seguridad (deseo arraigado de supervivencia, o como ya hemos dicho, la traducción del locus de control)

Pero en el momento que Alberto toma consciencia de eso, y se acepta a sí mismo, puede dejar de verse el ombligo, tomar perspectiva, salirse de la escena y contemplar a su amigo, en su inmensa plenitud. Solo desde ahí comprende que los deseos de su amigo no son los mismos que los suyos, y que en el fondo está siendo egoísta y cortándole las alas, como sus padres. Cada uno por sus circunstancias, pero ambos forman caras de la misma moneda. Y entonces, desde esa toma de conciencia, y ahora sí desde el amor incondicional, desde el sentimiento que nos conecta a todos como parte de un todo, Alberto puede ver a Luca como su semejante, sus deseos tan importantes como los propios, sus sueños tan valiosos como los propios… y desde ahí poder tener ese acto con Luca de semejante generosidad.

Luca es la lección (que yo he vivido en mis propias carnes) de cómo el amor real es libre, sin ataduras: dos amigos que se aman profundamente y que, llegado el momento, deben aprender a dejarse ir para poder continuar con sus caminos. Luca es una lección de que las personas que aparecen en nuestra vida nos dejan huella, cumplen una función. Que no las poseemos. Y que, en el momento oportuno, no hay que temer el dejarlas ir. Porque el amor puro trasciende mucho más allá de lo físico. Es una expresión del alma, y como tal, siempre viaja con nosotros allá donde vayamos.

Luca: un rarito curioso aprendiendo a aprender

Como habrás podido intuir, Luca es mucho más para mi que una simple película de dibujos. Luca es la historia de mi vida:

Luca es la historia de unos padres cuyo amor es tan profundo que, a sabiendas de sus limitaciones, no dejan de esforzarse para ganar continuamente la batalla contra sus pasiones. Luca es la historia de un un chico diferente que, con toda la bondad de su corazón, intenta enfrentar las dificultades para adaptarse a un mundo que siente que no le comprende. Luca es la historia de un chico con una caja llena de herramientas que le juega malas pasadas porque aún no sabe utilizar. Luca es la historia de un niño que, aunque necesitó echar a volar, nunca dejó de mantener el nido en su corazón. Luca es la historia de alguien profundamente agradecido por lo que fue, porque solo a través de todo lo que fue, y en todas las personas en las que se vio, hoy puede crecer satisfecho de lo que es.

Luca es la historia de un niño que nunca perdió la esperanza; que aprendió de la lluvia que, en algún momento, siempre vuelve a salir el sol. Luca es la historia de ese niño que, ante todo, nunca dejará de mirar a sus padres a los ojos para decirles: «sabéis que os quiero, ¿verdad?»

Y para el resto de Lucas: Silenzio Bruno. ¡No estás solo!

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