Stay hungry. Stay foolish.

Steve Jobs pronunciaba estas palabras el 12 de junio de 20051:

Stay hungry. Stay foolish.

Decenas de estudiantes graduados de Stanford pudieron escuchar a uno de los iconos del siglo XXI; decenas de mentes con aspiración de ser brillantes, ante una de las mentes más brillantes. Libros enteros articulados alrededor de ese tipo capaz de resonar en millones de personas, y abandonar a su propia hija. Capaz de inspirar a generaciones enteras, y a la vez ser preso de su propia insatisfacción. Líder venerado por la crítica y temido por su propio equipo. Visionario de lo onírico, consumido por su propio ego.

Durante años he soñado ser alguien como él. He soñado ser venerado; construir un legado. He soñado tener el control en mis manos; ser alguien.  Y durante años he decidido creer que ese era el fruto de la felicidad.

Qué bonita paradoja que, a mis 26 años, ahora solo luche con esfuerzo por mantenerme terco en la certeza de que puedo estar equivocado. Haber perdido la voluntad de admirar para dedicar más tiempo a contemplar. Aquello que dice Pérez Reverte de “afinar la mirada”. He tardado casi un cuarto de siglo en aprender a sentirme tranquilo con el no saber. En dejar de esperar lo que quizás nunca debí creer que debería llegar. Y, a su vez, continúo siendo preso de mis propios sueños. Mantengo el sueño de ser padre. Mantengo el sueño de montar mi propia empresa. Mantengo el sueño de que algún día yo también encontraré mi propia voz, y que ésta será cálida, refugio de otros muchos.

Con honestidad pienso que no hay nada imprudente en tener esperanza. Que la vida tiene más sentido cuando encontramos una manera de surfearla con ilusión. Pero trato de mantenerme consciente de que, a su vez, no alberga mucho sentido el tratar de controlarla. Y que el que siempre busca nunca encuentra. Por eso a menudo me planteo que, quizás, tenga más sentido disfrutarla con la humildad del que abre los ojos sin esperar ver nada. Porque si no hay nada que ver, tampoco hay nada que mirar.

Porque, quizás, se pueda ser una de las mentes más veneradas del siglo XXI y a la vez darse cuenta, apenas 5 años antes de que todo acabe, de que lo más sabio de seguir buscándolo todo sea seguir manteniéndose ingenuo.

Grado en Ingeniería Aeroespacial (GIA)
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